Rodolfo Sánchez Garrafa
Dentro del espectro intelectual cuzqueño de las décadas más recientes, la
actividad literaria desplegada por Américo Muñiz Álvarez configura un caso
digno de atención. Nació en diciembre de 1976. Es un distinguido médico de
profesión, psicólogo, docente en la Universidad Andina de Cusco, con muchas
calificaciones académicas en su campo de actividad, que me excuso referir en
este comentario. Lo notable es que, junto a su vocación científica, cultiva con
pulcritud y dedicación la creación artística, en tanto escritor reflexivo,
poeta, pintor autodidacta y apasionado por la música experimental contemporánea.
Un médico escritor y poeta no es algo excepcional, lo es sí el perfilarse
con las características relevantes y particulares que Muñiz Álvarez viene
plasmando en su obra literaria. Para empezar, se trata de una persona joven en
términos biológicos, pero también en cuanto a actitud, atributo que él mismo
aprecia de manera especial. Se autodefine como humanista, multifacético,
alguien que apuesta por la originalidad y que se halla en permanente búsqueda
de la belleza; convengo con este perfil en todos sus extremos, solo me permito
agregar, como introducción, que es visible su interés por el perfeccionamiento
humano, espiritual y moral, y que posee una persuasiva retórica, rasgo que
suele ser ingrediente de las personas carismáticas.
Para entrar en materia, diré que he tenido oportunidad de leer y examinar parte de la producción literaria de Américo Muñiz, su trilogía ARTENSAMBLE 2 que consta de tres libros: “Cumbres sísmicas” que viene acompañado de un CD denominado Poesía musical; “Libro Negro (Sombras)” un volumen de poesía que se aparea con el CD de rock experimental Incineración; y, “Libro Beige (Umbrales)” también de poesía con su correspondiente CD de rock experimental Artificios.
El autor, no cabe duda, hace que su palabra arribe a cumbres, desde las cuales emite vibraciones que tienen el propósito de sacudir y conmocionar o, al menos, de proyectar los remezones de su propia experiencia vital. Las reflexiones que comparte, además de la lógica en que se sustentan, son llamamientos vigorosos de los heraldos de la tierra, tambores de urgencia y controlado arrebato. Aunque nos invita a despedir la perpetua noche de los misterios y la calma absurda de lo posible, no deja de reconocer que somos parte del aquí y del ahora con la esperanza de un futuro mejor. Es por eso que, frente a las horas abisales de los tiempos que vivimos, frente al individualismo exacerbado, su palabra no cede ante la dictadura del positivismo que suele impregnar la invasión del coaching, pero tampoco encarna los estruendos hirientes o destructivos del pesimismo, el fatalismo o el escepticismo.
Américo Muñiz está muy claro en cuanto al terreno en que se afirma. Aborda, por un lado, la dimensión espiritual y de la mente, sus temas van entonces desde el alma, para explorar en adelante el pensamiento, la paz, la verdad, el futuro; un segundo ámbito de su interés es la dimensión contingente, en la que discurre sobre el mundo, la patria, la familia, el cuerpo, la convivencia o vida social; finalmente, nos conduce por la dimensión fáctica, de cara a la creatividad, el arte, la poética, la experimentación, el liderazgo. De no ser por la acentuada simpatía que tiene por la exploración y lo experimental, podríamos decir que nos hallamos ante un humanista ilustrado puro, pero Muñiz Álvarez es un hombre de este tiempo, acuciado por un espíritu innovador y volitivo.
Considero pertinente citar algunos pensamientos que ejemplifican el
vasto panorama que ocupa el espíritu reflexivo de Américo Muñiz, donde junto a
los temas humanos trascendentales están también los avatares del mundo íntimo y
aun los de la vida cotidiana. Se trata de un humanismo a la altura y medida de
nuestro tiempo, cual podemos comprobarlo:
La complejidad del mundo en que vivimos, la
devastadora actividad industrial y antiecológica a la que estamos sometiendo a
nuestro planeta, como resultado del constante desarrollo de las capacidades del
hombre, está siendo al mismo tiempo una enfermedad que arrastra consigo la
desolación (Cumbres sísmicas, p. 86).
La fantasía del Edén duro poco, se nos desplazó de nuestra Eternidad y
se nos regaló al tiempo y a sus cuervos (Ibid., p. 92).
Como vemos, Muñiz Álvarez nos expone su pensamiento, en el que hace un
levantamiento del entorno contemporáneo contrapuesto a la visión del hombre en
sociedades respetuosas de la tradición. Su abordaje es un crisol que despliega sentido,
sin divorciar la realidad vivida de sus vínculos históricos y sociales, y aún
de su memoria primordial.
Falta muchísimo para que ciencias básicas y formales,
aun ciencias humanas, encuentren un buen soporte filosófico, consistente y
genuino (Cumbres sísmicas, p. 95).
Abundan líderes sin una adecuada formación filosófica, humanística y
técnica (Ibid., p.50)
La visión abierta, comprensiva, respetuosa y crítica
de los fenómenos que suceden en el mundo, conlleva un compromiso enorme, con
una dosis fuerte de vocación científica, filosófica y humanística (Ibid., p.
152).
La conquista de cada ser humano es el
perfeccionamiento de su alma (Ibid., p.19).
Nuestro autor es hombre ciencia, aun así hace más que intuir el hecho
que la ciencia no está en condiciones de ofrecer una explicación última de la
realidad física y menos de la subjetiva, y por eso que adopta con sabiduría una
posición filosófica que de seguro irá decantando al paso de los años. El azar,
la contingencia, lo imponderable, tienen consecuencias epistemológicas de gran
alcance y, este hecho, nos lo recuerda acudiendo a los avatares propios de la
existencia, convenciéndonos que debemos elevar el pensamiento para satisfacer
el hambre espiritual.
Solazados en un dulce beso de medianoche, los seres
humanos buscaríamos tal vez nuevas formas de arte, amaríamos más y más
artísticamente, y las artes seguirían cumpliendo el rol ancestral y mágico de
devolverle la belleza que la iniquidad le ha arrebatado al mundo (Cumbres
sísmicas, p. 65).
Algún sentido de belleza tendrá que atribuir el humano al mundo y a su
estar en el mundo. Tenemos que reconocer que tal sentido habrá de ajustarse
siempre a la libertad y al derecho de que cada quien sea lo que es o lo que
siente que es, en un marco de sana convivencia social. Esto no querría decir
que haya que rendirse a la orgía de la tolerancia, al imparable politeísmo de
la belleza, tal como lo advirtiera Humberto Eco.
Ser feliz es estar en paz consigo mismo (Cumbres
sísmicas., 108., p. 108)
Soñar es también construir un sueño (Ibid., p. 117).
La poesía es la fuerza humana que permite la conexión
de lo íntimo de nuestros sentimientos con la inmensidad del cosmos (Ibid., p.
178).
Tal como lo veo, hay varias pulsiones en juego. Por un lado, aquella
energía que nos induce hacia la modificación y transformación; con ella, la
elevación del espíritu que se halla quizá en la cúspide de este movimiento. Del
pensamiento expresado por Muñiz, se desprenden fácilmente dos cualidades
constructivas: el amor y la sabiduría, no siendo decisivo el orden en que
podamos adquirirlas. Creo que, por otro lado, podemos considerar la moderación
de nuestros afanes o el apasionamiento sensato a que se refiere el autor. El sosiego,
la paz del espíritu, la tranquilidad, la calma interior, no necesariamente
ascéticas, pueden y deberían pesar en la balanza de la existencia y su razón de
ser.
El poder lúdico de entretenerse haciendo algo que
amamos, y a la vez buscar sin cesar la originalidad, demanda esfuerzos
constantes y apasionamiento sensato (Cumbres sísmicas, p. 73).
Es más fácil trabajar y crecer en un clima de
camaradería que entre la peste de la estupidez moral (Ibid., p.23).
Debe procurarse e inculcarse el amor a lo nuestro, con
la diversidad natural, cultural y ancestral (Ibid., p. 53).
Los conocimientos médicos y psicológicos que posee Américo Muñiz,
obviamente, alimentan la administración de contenidos, la docencia altruista
que emana de sus reflexiones y, más sutilmente, su escritura poética. De por
medio podemos percibir también cómo se insinúa la relación entre meditación y
salud, entre valoración de la cultura y establecimiento de una identidad
indispensable para afrontar la vida con alguna significación.
No abogo por la vida desenfrenada, por la
inconciencia, por la mediocridad; más bien apuesto por la capacidad de soñar,
de cuestionarse constantemente, por el deseo de seguir buscando, de seguir
preguntándose y encontrar más preguntas a cada respuesta (Ibid., pp.82-3).
La moderación, la mesura, el apasionamiento sensato, no solo resultan
admisibles sino deseables en ese gran universo de ideas que conforman la visión
que Américo Muñiz nos participa. De esta manera, se configura la matriz especulativa
que dará pie a la creación literaria y artística. Podría decirse que Cumbres
sísmicas es el fondo filosófico de la poesía con que se acompaña en: Libro negro y Libro beige, y tal vez en Obertura
y Adagio & Métrica que los
precedieron. Toda esta unidad y coherencia de pensamiento, puesto de manifiesto
en sus reflexiones filosóficas, encontrará en el lenguaje poético el medio
apropiado para expresar lo múltiple y cambiante. Para Muñiz, la poesía va a ser
praxis y él buscará maximizar esta potencialidad.
En Libro negro (sombras)
confronta la vida y la muerte, en un esfuerzo de hacer que el dolor de perder a
un ser querido, en este caso el padre, no se constituya en la única razón para
escribir. El poeta no va a tratar de esbozar elegías dolorosas sobre la
fugacidad de las vidas humanas y el poder igualatorio de la muerte, lo que hará
es desafiar a la desolación en lucha desigual y, en una gesta o proceso
memorable, sobreponerse al peso del tiempo y el destino. Las sombras que crecen
a la puesta o muerte del Sol, van a generar a la postre su propia luz, y disipar
así el miedo que envuelve a los dolientes. “Como
un punzón agudo/ cabe el miedo en esta estrofa:/ ese miedo al sueño roto/ a la
calma del mar/ al suspiro sin aire/ y a la muerte de un padre” (Miedo, p.
17). “Porque mi amor no llora ausencias/
le canta a la soledad/ al vértigo de la lumbre/ y al espacio sigiloso y oscuro”
(Adiós, p. 26). “Sonreírle a la muerte
sin saber su nombre/ es hacerle una mueca sardónica y efímera/ es sortear las
trampas del ánima/ con la férrea aceptación de lo imposible” (El nombre de
la muerte, p. 30).
La reflexión sobre los que quedan se nutre así de sentimientos, del
poder que el padre les ha transferido, y así adviene la dignidad como savia que
amamanta a la vida. “¡Cuidado con la
magia del silencio!/ dije escondiendo las penas/ no vaya a ser que de tantos
secretos/ nos perdamos en la bruma azul” (Reflexión nocturna, p. 37). “Pero qué bueno el silencio…/ Nos ha dejado
el perfume de jazmín/ y la pálida rosa entusiasta” (Sueño atardecer, p.
38). En invierno, las hojas del árbol se agitan y se rinden al viento, pero en
la primavera su legado reverdece, son los hijos, es la prole “Así, juntitos y callados vemos morir al
sol/ hundiéndose en la llaga de la tierra/ como el amante cansado y sediento/
que renacerá rojo, entre sábanas de nubes” (Silencio, p. 46).
No hay olvido, la memoria construye una sana voluntad de recordar el trazo ejemplar, de hallar sensatez en ese oriente. El duelo sano, alivia y recompone, el amor siempre retorna a sus orígenes. El poeta ha construido un puente de regreso y lo camina despojado de tinieblas, abriendo nuevamente los ojos con timidez, destrozando debilidades, hasta sentir lo imposible: “De vuelta la estela/ por su rumbo luminoso/ en sentido inverso y por la vertiente” (Despertar de una copla, p. 62). “Venga el Sol, cante la Luna/ Venga el Sol, cante la luna (…)/ Lloren si quieren…/ Despidámonos como señores… ¡Amén!” (Incineración, p. 100).
La razón de ser del Libro beige (Umbrales) es el amor a la mujer y la construcción de la familia. Las lumbres del amor a la mujer están construidas desde el límite con la noche. El sentimiento amoroso del poeta se desgrana como acordes voraces de infinita melodía y de lluvia eterna. El amor despierta y su vigilia desarma a las sombras, las seduce. “Del fulgor de una noche/ divanes de estrellas negras/ luminosas y efímeras” (Noche del umbrío cristal, p. 17). “Lujuriosos y delirantes como el sol/ son tus ojos encandilados de arrebol/ la vorágine consume tu espíritu y la paz desborda el más inefable tú” (Frente al espejo, p. 36).
Ciertamente, la construcción del amor no es un devenir sencillo, son
grandes sus complejidades y múltiples sus facetas; están el enamoramiento, toda
suerte de contrastes y reales o aparentes decepciones, las tantas interrogantes
del homo quasestionarios, las
soledades y rumias, las vacilaciones, el disfrute, los delirios, el
apasionamiento, las certidumbres, la entrega total. Versos, luminosos inundan
el marfil de las páginas: “La fuerza con
que siento dátiles de amor/ es la suerte con que se construye al calor/ ¡Oh! De
una nueva vida” (Frente al espejo, p. 36). “En tu boca llevas el beso/ encandilado de los sueños/ en tu alma la
frescura/ de un eterno despertar” (Noche azucena, p. 28). “La incomprensión, la dulzura/ cuánto pueden
parecerse a una/ bocanada de nada hiriente/ y romperte el corazón hasta
pulverizarlo” (Heridas eternas, p. 32). “Cómo
desdibujar en una sola sonrisa/ la iniquidad, la injusticia, el desamor/ y no
permitirle al cuerpo ver/ el fondo de la oscuridad” (Homo quaestionarius,
p. 39). “Yo creo que es tan voraz como efímero/
el encuentro entre el sueño y la sombra/ y su cobijo cálido y sereno/ un
grillete en la libertad del amor” (Sombra abisal, p. 42). “Tu amor me ha devuelto las ganas/ de
cobijar en ti mis sentimientos/ ya que eres reina de las estrellas/ dama
celestial de todos los mundos/ y enigma del amor descarnado” (Dulce
entrega, p. 73).
Américo Muñiz Álvarez se posiciona con madurez en un amor que integra el
amor por la pareja con el amor propio, y hace de este posicionamiento el
escenario cabal e insustituible de sus humanas inquietudes, tanto como de sus
más altos ideales. Cada día, seguramente, experimenta lo conocido y crece con
los cambios a los que despiertan sus antenas receptoras. Ilustrado e innovador
en permanente hechura va a jugar por igual con las palabras, los colores y los
sonidos, genial versatilidad de su cuna armada de alas. Hay que comprender sus
ensayos y propuestas como en el frágil esfumino
de la flor, que en la eversión de los
cristales reverbera. Hay que admirar su pulquérrima
lógica, los deslices de la subducción
posible, sus rituales añejados en feral
creación. Hay que estar preparados para en sus líneas sentir el yugo terebrante del cosmos. Hay que
contagiarse, en fin, del ánimo liminal del poeta, que no es debilidad
crepuscular sino potencia del alba, fusión de música y juvenil cromatismo.
Concluyo, aun cuando ya no quisiera hacerlo, convicto y confeso de no haber sabor más deslumbrante que el sueño de un niño de cien años. Así pues, pongo en mis letras el decir del poeta y me apresto a celebrar sus aún mejores logros.
Despertó el genio, pero, quien dijo que estaba dormido, solo se hizo el distraido para ponernos a prueba y ver si estábamos atentos...a su MOMENTO.
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