Rodolfo Sánchez Garrafa
Corría el año de 1943. Era octubre y entraba la primavera en esta parte del mundo. Tremendos sucesos que cambiarían el curso de la historia universal se habían suscitado ya, para entonces, en el marco de la Segunda Guerra Mundial: La victoria de los EE.UU de Norteamérica sobre los japoneses en la larga batalla de Guadalcanal; la destrucción del Afrika korps en Túnez; la batalla de Kursk u Operación Ciudadela, el mayor enfrentamiento de tanques en todos los tiempos, con el triunfo de los soviéticos en algo más de mes y medio de lucha; la Operación Husky, como se denominó al desembarco de tropas británicas y estadounidenses en la isla de Sicilia con su consecuente ocupación en poco más de un mes. En estas circunstancias globales, el ya famoso poeta chileno Pablo Neruda,1 hasta entonces diplomático de su país, al que representara desde 1927 en Asia y Europa, volvía a Chile dejando su cargo de Cónsul General en México.
El itinerario de retorno establecido por el poeta comprendió la ciudad de Lima (Perú), a donde arribó a mediados de octubre. Neruda estaba precedido por una enorme aureola de prestigio. Su libro Veinte poemas de amor y una canción desesperada publicado en 1924 ya le había procurado fama internacional; su identificación con la causa de los republicanos al estallar la Guerra Civil española (preludio de la Segunda Guerra Mundial) así como la publicación de su poemario España en el corazón (1937), su posicionamiento contestatario y su militancia comunista, le tenían ubicado en la vitrina política americana.
El 20 de octubre, ofreció la conferencia “Viaje alrededor de mi poesía” y un recital poético en el Teatro Municipal de Lima, con el patrocinio de la Asociación Nacional de Escritores y Artistas Peruanos-ANEA. Su presencia alcanzó ribetes extraordinarios, el presidente peruano de entonces, don Manuel Prado Ugarteche, ofreció un almuerzo en su honor. A la sazón, un grupo de amigos había organizado un homenaje al Senador cuzqueño José Uriel García, al que fue invitado el poeta Pablo Neruda, suscitándose una natural simpatía entre ambas personalidades. García le propuso a Neruda un viaje a la ciudad del Cuzco, la antigua capital del Tawantinsuyu incaico, ofrecimiento que fue aceptado con entusiasmo.
A José Uriel García, el autor de El nuevo indio le debemos entonces, entre otras cosas, el haberle mostrado a Neruda el corazón de la América Andina. Esto debió influir fuertemente en el espíritu del poeta, abonando emociones que culminarían, años más tarde, dando paso a su ya advertida exaltación de los mitos americanos plasmada en el celebrado Canto general (1950). Pero sigamos con el curso de aquel encuentro con el Cuzco que, dicho sea de paso, no se redujo a la cosecha de impresiones con la magnificencia de la capital del “Imperio de los Incas”; ni a la admiración mucho mayor que habría de sentir al visitar, en compañía de su anfitrión, la legendaria ciudad de Machu Picchu, el conjunto arqueológico más importante del mundo en opinión de Neruda. Dicha visita tendría importantes repercusiones tanto para su obra, cuanto para la poesía hispanoamericana, pero también para el quehacer literario y la vida política en la milenaria ciudad que lo recibió, por entonces uno de los núcleos poderosos del indigenismo peruano.
Cuadernos Kori-Cancha, una publicación dirigida por el poeta cuzqueño Luis Nieto Miranda, documenta el extraordinario despliegue de la comunidad intelectual cuzqueña al arribo del genial poeta Neruda.2 En sus páginas nos enteramos que la misma noche en que llegó nuestro personaje, el Alcalde de la Ciudad, Dr. Oscar Saldívar, lo declaró Huésped Ilustre del Cuzco en sesión solemne, encargando al Consejal Dr. Daniel Castillo Manrique el pronunciamiento de la palabra institucional. Dijo el Dr. Castillo, aquella noche, que el mayor de los poetas americanos llegaba después de un triunfal peregrinaje por la mayor parte del continente americano “en procura de la extensión y la afirmación de aquellos principios que pueden ser considerados como los modernos, los actuales Derechos del Hombre”.
Como oradores de fondo, hicieron uso de la palabra el Dr. Alberto Delgado Díaz, maestro universitario, filósofo, poeta descollante de la generación del 20, y el reconocido vate Luis Nieto Miranda, todavía joven, quien tras años de trajín en el destierro había vuelto al Cuzco y retomado sus estudios de letras en la UNSAAC.
Para Alberto Delgado, América era un continente frágil, irredento, albergue de esperanzas desesperanzadas, carne de pasión tajada en surcos, donde había de germinar viva la Historia. Se escuchó su exclamación: ¡América! Seguida de enérgicas inquisiciones: ¿Quién dirá de tu pasión y tu calvario? ¿Quién abrirá la vena sigilosa que haga correr el hilo rumoroso de tus fuentes cegadas, de tu voz silenciada en la entraña más recóndita de tu propio corazón de lava viva? ¿Quién dirá tu palabra, esa palabra amanecida y pura, marmórea y espectral, al mismo tiempo; que en el círculo mágico de sus evocaciones funda el secreto inescrutable en que has dado en callar tu demoníaca tentación, tu ansia infinita de horizontes preñados de futuro? -Esta voz, que se adelantaba de manera visionaria en casi treinta años al ensayo que en 1971 habría de publicar el uruguayo Eduardo Galeano,3 seguramente impuso silencio expectante en el auditorio-. Remató entonces, el orador, reconociendo en Neruda a uno de los pocos vigías que presagiaban el redescubrimiento del destino de América. Es interesante también destacar que, en breves frases, sintetizó la trayectoria poética del homenajeado: una adolescencia literaria que deparó la metáfora limpia y audaz del canto amoroso, una juventud que plasmó el gesto heroico identificado con el dolor humano en todas las latitudes y, finalmente, una madurez victoriosa de la que cabía esperar airones líricos que compendien la ruta de América. En suma, Neruda fue mostrado como adalid de un empeño continental.
Por su parte, Luis Nieto en su intervención optó por la loa lírica, amplia y copada por metáforas exaltadas en línea de barricada y combate, quizá instado por los años de su estancia en Chile y la experiencia acumulada en luchas políticas y gremiales. Evocó en la parte medular de su alocución a los precursores de la libertad americana, a los héroes y mártires revolucionarios ejemplares de Europa y América. Una sincera admiración al ejemplo colmó sus oraciones culminantes: “Pongo en tus manos mi esperanza de la extensión de un vuelo de águilas por la noche, del color inmortal de los héroes de Stalingrado, del heroico color de los fusiles de proletarios de mi pueblo”.
Para cerrar aquel acto de magníficos ribetes, se escuchó la voz del propio Pablo Neruda. Una disertación extraordinaria quedó en la memoria de los asistentes a la Conferencia-Recital. A nosotros, por suerte, ha llegado el inventario de la selección de poemas que fueron leídos ante una audiencia cautivada: I de El hondero entusiasta, Poema 15 (de 20 poemas de amor), El fantasma del buque de carga (de Residencia en la Tierra I), Explico algunas cosas (de España en el corazón), Himno y regreso (de Canto General de Chile), ya publicados, y, Dura Elegía, Un canto para Bolívar, Nuevo canto de amor a Stalingrado, América no invoco tu nombre en vano, que todavía permanecían inéditos.
Recojo un trozo poético, casi al azar, para degustar la esencia de aquella cita:
Quiero
abrir en los muros una puerta. Eso quiero.
Eso
deseo Clamo. Grito. Lloro. Deseo.
Soy
el más doloroso y el más débil. Lo quiero.
El
lejano, hacia donde ya no hay más que la noche.
Pero
mis hondas giran. Estoy. Grito. Deseo.
Astro
por astro, todos fugarán en astillas.
Mi
fuerza es mi dolor, en la noche. Lo quiero.
He
de abrir esa puerta. He de cruzarla. He de vencerla.
Han
de llegar mis piedras. Grito. Lloro. Deseo.
(El hondero entusiasta)
Cuatro días después de este evento, el Diario El Sol del Cuzco homenajeó a Neruda, dedicándole la integridad de la Página Literaria de su edición del 30 de octubre de 1943. Escribieron Luis Ángel Aragón, Eustaquio Kallata (Román Saavedra), Rubén Sueldo, Alejandro Sorín y Killko Warak’a (Andrés Alencastre).
El poeta Pablo Neruda en la Ciudadela de Machupikchu. |
Entre tanto, Pablo Neruda y su anfitrión José Uriel García visitaron el conjunto arqueológico de Machu Picchu, en un recorrido de cuatro días por el Camino de los Incas. El poeta quedó conmovido, al punto que años después compuso los versos de su poema “Alturas de Macchu Picchu”, incluido en “Canto general” (1948) que configura una historia de Latinoamérica y constituye un llamado a la recuperación del continente. Vuelto al Cuzco, Neruda se dirigió a la ciudad de Arequipa y luego a Santiago de Chile. Apenas dos años después, en 1945, llegaría a su fin la II Guerra Mundial con la toma de Alemania por los aliados y la posterior rendición de Japón tras los sucesos que conocemos.
Como se puede apreciar, por muchos años, y no podría afirmar si hasta ahora, no se produjo en Cuzco un hecho literario de las repercusiones y significado que conllevó la visita de Pablo Neruda.4 En aquella primavera, la intelectualidad cuzqueña se mostraba sintonizada con el llamado de la historia. ¿En qué medida lo escuchó? Supongo que alguien se dará el trabajo de responder a esta pregunta.
Como se puede apreciar, por muchos años, y no podría afirmar si hasta ahora, no se produjo en Cuzco un hecho literario de las repercusiones y significado que conllevó la visita de Pablo Neruda.4 En aquella primavera, la intelectualidad cuzqueña se mostraba sintonizada con el llamado de la historia. ¿En qué medida lo escuchó? Supongo que alguien se dará el trabajo de responder a esta pregunta.
Referencias
1 Pablo
Neruda, seudónimo de Ricardo Eliécer Neftalí Reyes Basoalto (Parral-Maule 12.7.1904-Santiago
de Chile 23. 9.1973).
2
Luis Nieto (editor): Pablo Neruda,
miliciano corazón de América. Cuadernos Kori Cancha, Talleres Gráficos La
Económica, Cuzco 1943. El autor de este artículo agradece al Arq. Carlos
Castillo la generosidad con que puso a nuestra disposición una copia de este
texto que ya es histórico.
3
Eduardo Galeano: Las venas abiertas de
América Latina. Casa de las Américas, Cuba 1971.
4
Sobre los personajes cuzqueños que actuaron en los eventos aquí tratados, puede
consultarse: Historia de la Literatura
del Qosqo T. II. Municipalidad del Qosqo 1993, de Ángel Avendaño; Historia
del Indigenismo Cuzqueño. INC 1980, de José Tamayo Herrera. Aunque yo no había
nacido todavía por aquel año, quiso la fortuna que alcanzara a conocer
personalmente a muchos de los actores aquí implicados, me limitaré a mencionar
los siguientes: Daniel Castillo Manrique, Luis Nieto Miranda, Andrés Alencastre
Gutiérrez, Román Saavedra, Alberto Delgado, Humberto Vidal Unda, Luis Ángel
Aragón, Enrique Yépez La Rosa, Horacio Mayo, Alfredo Yépez Miranda, Edgardo
Díaz, a todos ellos los guardo en la memoria, esto es en el corazón.
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