I ván Loyola** Conocí a Homero en los lejanos ochenta, cuando en la antigua cantina Cordano, frente a Palacio de Gobierno, soñábamos con la vida del escritor. La vida nos llevó por distintos rumbos, pero nos volvimos a encontrar el año 2,000 en París, donde Homero tenía ya casi dos décadas y recién había publicado su primer poemario, Memoria de Espejos. Nos reencontramos el 2002 también en la ciudad más bella de Europa (no digo del mundo porque llevo a Buenos Aires atravesada en el cuore) y de allí fue un largo hiato hasta volvernos a ver, ya en Perú, vueltos ambos de nuestras peripecias allende los mares (yo viví casi 17 años entre muertos y heridos entre Vancouver y Alaska) y Homero se había ya apuntado su segunda obra, Reydiví. Yendo al libro, el epígrafe resume el espíritu del trabajo: la iniciación del ser en una nueva etapa de la vida, un descubrimiento interior, que, análogo a los ritos de iniciación, el coming of age, dan paso a la exploración de un nuevo yo. Alcalde escoge bie...
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