Rodolfo
Sánchez Garrafa
Mi conocimiento de la poesía de Luis La Hoz
se remonta a 1992, a través de aquella antología referencial tan útil que ha
resultado ser Infame turba de Eduardo
Chirinos. Pasó mucho tiempo hasta que pude conocerlo personalmente, lo que ocurrió
para suerte mía por mediación de Armando Arteaga, a quien en el 2015 le rogué
puntualmente me facilitase un contacto con el poeta, en aquel entonces ya establecido
en Barranco. No viene al caso entrar en mayores detalles. Lo importante es que
La Hoz era exactamente como el poeta que siempre imaginé, amplio, sensible, y
dueño de un señorío natural nada afectado.
De hecho, admiro la poesía de Luis La Hoz, tengo
una relación empática con ella y no me cansa repasar sus versos, para encontrar
sentidos y profundidades que afloran con prodigalidad para aquel que los busca.
La Hoz es casi un coetáneo mío, algo más
joven es cierto. Sé que ahora hay mucho reparo para hablar de generaciones,
pero para sujetarme sólo a un criterio cronológico diré que el poeta puede ser
ubicado en la generación de los 70, una de las más potentes del continente,
junto a una pléyade de vates destacados como: Abelardo Sánchez León, Alfonso
Cisneros Cox, Antonio Cillóniz, Armando Arteaga Núñez, Carlos Zúñiga, Carmen
Ollé, Cesáreo Martínez, Edgar O'Hara, Enrique Sánchez Hernani, Enriqueta
Belevan, Feliciano Mejía, Jorge Pimentel, José Rosas Ribeyro, José Watanabe, Juan
Carlos Lázaro, Juan Ramírez Ruiz, José Luis Ayala, María Emilia Cornejo, Mario
Montalbeti, Mapy Kruger, Nicolás Yerovi, Oscar Málaga, Omar Aramayo, Rosina
Valcárcel, Sonia Luz Carrillo, Tulio Mora, entre otros.
Al recorrer la poesía de La Hoz, echando
mano de los textos que me han sido accesibles, hallo dos registros nítidos: De
un lado, la historia de vida, no en el sentido confesional sino de conciencia
de las transformaciones y persistencias en el curso de la existencia; de otro,
el ejercicio oracular del poeta frente a los buscadores o exploradores de la
belleza en el pensamiento y en la palabra que lo enuncia.
Sobre lo primero, La Hoz proporciona, en el
conjunto de su obra, referentes reflexivos en cuanto a la configuración de su
identidad personal, conciencia de sí mismo y de sus circunstancias, en suma,
construcción de una autoimagen y de una imagen del mundo.
El poeta se sabe, tiene que saberse, sujeto
de la urbe metropolitana. Nació en Barrios Altos, donde pasó su infancia, niñez
y adolescencia. Esta parte de la capital peruana, que constituyó el núcleo de
la llamada Lima Criolla hasta al menos mediados del siglo pasado, ha sido un
ámbito social con ecos visibles, costumbres y comportamientos sociales de la
sociedad virreinal sustituida por la república en la segunda década del siglo
XIX. Con seguridad, fue la impronta de la socialización primaria en este medio el
motivador decisivo para que nuestro poeta, junto con Nicolás Yerovi, otra voz
importante de la poesía peruana, produjeran un libro que rinde homenaje a la
música criolla y sus más notables exponentes (La Hoz y Yerovi 1978). Pero, no
se crea por ello que alguna vez Luis La Hoz haya practicado una poesía criolla
o insuflada de criollismo. La criollidad encuentra lugar en los epígrafes de su
vida, mas su vida misma es una epifanía universal desde su individualidad, un
tránsito por las infinitas calles de un mundo que presenta ora callejones sin
fin, ora una bóveda gris de ternura, una ruta de embarcaciones, grandes
avenidas, una cantina invisible y, en todo este tráfago, una flor amarilla de
compañera (La Hoz 2004).
En cuanto a lo segundo, me refiero a la especial predilección de Luis La Hoz por el manejo diestro de signos contrarios que conjugan sus sentidos, sin oponerse o excluirse entre sí. Esta práctica no es ciertamente inusual, aunque en nuestro poeta alcanza ribetes particulares. Apelando a recursos apropiados del lenguaje, La Hoz plasma metáforas excepcionales, y en esta gesta verbal logra construir una nueva realidad expresiva y sorprendente: Sobre Barranco la niebla cruza las calles/ Las avenidas/ Una muda canción de la montaña/ Nos muestra irracionalidad/ Cuerdas, tambores/ Violines de otro tiempo (La Hoz 1977: 21); La costumbre entusiasta que dimos a la vida/ Nos permite aún/ Mapas, cuchillas/ Una ola de pájaros que cantan todavía/ Encadenados a las manos (Ibid: 35).
En los poemarios de Luis La Hoz se comprueba
que la contradicción y la ambigüedad pueden ser recursos de la lengua muy
útiles para expresar de manera poética sentimientos complejos como el amor, la
satisfacción de vivir, el asombro o la falta de éste, la tristeza indómita, la
soledad, en fin, la multiplicidad de los posicionamientos humanos. Sabemos que
el oxímoron, la paradoja, el pleonasmo y la antítesis son figuras retóricas en
las que precisamente aparece una contradicción real o aparente, que como
resultado aporta sea expresividad o un mayor alcance conceptual del lenguaje,
tanto que puede maravillarnos. En este sentido, la lectura de la palabra
poética sencilla de La Hoz –descrita así por el maestro Augusto Tamayo Vargas–
obliga a procesar la abstracción de figuras retóricas que comunican la visión
de una realidad distante de la sensorial y ordinariamente perceptible (La Hoz
1977): En algunas calles/ he visto la
soledad de largos ojos/ He visto las vidrieras y los vinos/ La dulce mentira de
la muerte (Ibid: 23); La muerte
sucede, afirman/ Del cerebro a la entraña/ El tiempo monta guardia/ Invisible,
como todo lo perfecto (Ibid: 41); Pensando
que todo este asunto/ Debió ser de otra manera/ O intuyendo a veces que no/ Que
la lógica se da por su contrario/ Que los golpes son donativos generosos
(Ibid: 43).
Es obvio que los lectores de un texto poético, más si éste tiene una naturaleza imbuida de contradicciones o ambigüedades, tenemos que alcanzar a ponderar su capacidad inductiva de placer estético antes que la información contenida en términos de verdad. Es así como la poética de La Hoz nos subyuga con otra lógica diestramente manejada, que ahoga los pulpos en su propia tinta, en sueños posibles e imposibles. En este antiguo ardor, nos revela lo que es la poesía (La Hoz 1993: 9):
Poesía es ardor, sangre hirviendo.
Eso que es la palabra y dentro de la
palabra y más allá
De la palabra.
Poesía es lo inentendible y lo que se
descubre.
Poesía es imagen y color y sonido y
olor subiendo desde
los más escondidos lugares.
Poesía es silencio y después la
música.
El estruendo y la calma y otra vez el
estruendo.
Poesía es ardor, sangre que hierve.
La ambigüedad es también una propiedad del
lenguaje mismo que puede elevarse, y de hecho se eleva, a categoría de recurso
estético no solo formal sino sustancial. Expresa la multiplicidad, la
variabilidad, el cambio constante y permanente. Más allá de la claridad de sus
textos, La Hoz formula un reto constante al intelecto y a la capacidad emocional.
Esta poesía oracular plantea enigmas al lector comprometido, de modo que él
mismo se empeñe en establecer una solución posible o imposible. Los tropos
literarios juegan a conveniencia del poeta y le favorecen en cuanto abren
puertas o ventanas diversas frente a dimensiones igualmente diversas. Expresiones
poéticas ambiguas amplían oportunidades para que el lector encuentre la luz del
entendimiento de la manera más bella que le sea dado imaginar; le dice el poeta
que puede cubrirse de: … aquella extraña
luz que nace no del cielo/ sino de la tierra, de las rocas golpeadas por el
mar/ en su estruendosa e inacabable danza (La Hoz 1993: 13); Tiempo lineal y tiempo circular/ son solo
formas de nombrar lo eterno/ que es quietud por totalidad/ absoluto moviéndose
en sí mismo (Ibid: 13); Solo queda
levantar la cara del libro que leemos/ y ver en el espejo la tenue imagen de
alguien/ que no está, que estará siempre (Ibid: 52).
Aquí nos encontramos con un tipo de ambigüedad que no recala en lo confuso u oscuro, sino que nos proyecta hacia diversas lecturas que podemos argumentar en función de contextos del ámbito de nuestra experiencia personal, es decir de nuestras propias vivencias e intuiciones. El toque de esta poética confiere asombro, belleza y encanto a partir de la perplejidad: No hay grandes ni pequeñas tareas para ti/ Cada cosa es lo que debe ser:/ Diferentes e iguales, claras y oscuras/ bondadosas y perversas/ Y las tomas y las celebras con el mismo entusiasmo/ y con el mismo vaso de aguardiente (Ibid: 53).
Así pues, el secreto de La Hoz se encuentra
en el curso de una vida con pecados de lesa maravilla de los que no cabe arrepentirse:
la poesía y la aventura (La Hoz 2004). A los 15 años odia los sueños, prefiere
las calles, nada le es suficiente, anda enardecido (La Hoz 1993: 19); una
década después dirá en sus constataciones: A
esta edad/ 26/ Yo conozco algunas formas/ De pasar el mundo/ La exuberancia, el
vino/ El odio en otros/ Las sortijas que usan, por joder/ Los prófugos/ Que aún
existen/ Luego de tantas depuraciones (La Hoz 1997: 37), como sujeto de una
generación abrumada, que busca la paz en la violencia, que las interpola, que
no ha aprendido a dominar la estúpida tristeza, que es más idealista que
pragmática. Llegado a los 40 tiene a la poesía como una voz, un río tempestuoso
o una tranquila fuente, cuya manifestación es posible, entre otras cosas, por
una certeza o una equivocación (La Hoz 1989: 9). A los 44 afirma que nadie
puede acusarlo de no haber soñado, se siente un soñador, ha estado corriendo
tras los sueños: Soñé siempre. Soñé como
un loco. Para qué mentir/ Un largo y poblado sueño/ Calles y árboles y fechas
no del sueño sino de la vigilia/ que es el verdadero sueño (La Hoz 1993: 11).
Es el testimonio de las transformaciones, del cambio constante y permanente,
que estuvo en el origen y estará en el final de todo ciclo, que no reside en el
oráculo sino que nos es sugerido por la enigmática ambigüedad de la manera cómo
las vivencias son vividas. Con 58 años, la capacidad de experimentar sorpresa,
cuando no fascinación, sigue siendo un gesto identitario del poeta, en su
condición de hacedor de cultura. Tal se desprende de sus hallazgos poéticos, de
ese vasto universo conformado por poetas extrañamente únicos, a los que
antologa con el fin de compartir la sorpresa y el privilegio de leerlos (La Hoz
2007). Su poesía se ha hecho incluso más parca, para acentuar las paradojas de
la vida: Lo encontrado y perdido en
Bogotá/ me llamará siempre (La Hoz 2006); Dios lleva medias de seda/ Y en el portaligas// Una Beretta, 22
milímetros/ Laus Deo (Ibid: 17); Todos
rosados/ Los negros, rosados// Los amarillos, rosados/ Los cafés, rosados
(Ibid: 25); con una dosis de ironía y quizá de cinismo: La réplica de un carromato/ muestra su código de barras/ Lo mismo el
horno crematorio (Ibid: 28); En el
alivio de las noches/ Días y noches/ Encadenados (Ibid: 43).
A la altura actual de la vida, para La Hoz lo que importa es escribir en libertad y soledad, buscando provocar emociones profundas. No es un autor prolífico, básicamente porque no busca serlo. En entrevistas que ha concedido, explica ser exigente con sus textos y tener al tacho de basura como aliado o cómplice constante. Ojalá muchos tuviéramos esa sana costumbre propia de la baja (alta) policía intelectual.
Me he preguntado de dónde viene en La Hoz
esa vena con tanto ardor paradójico. Con seguridad no del romanticismo
beckeriano que él aprecia mucho, tampoco del vanguardismo lorquiano; se
encuentra tal vez, al menos en parte, en la literatura inglesa a la que es declaradamente
afecto. Todo esto resulta desde luego impreciso, me atrevo a señalar la figura
de Gilbert Keit Chesterton, cuyo pensamiento paradójico interpreta
magistralmente la naturaleza paradójica de la propia realidad. Poetas suecos
contemporáneos como Marie Lundquist, Werner Aspenström, Lars Hulden, Katarina
Frostenson, y otros, dan cuenta sobre la actualidad del tipo de alquimia
imponderable que hallamos en la poesía examinada. Mi amigo y admirado poeta Luis
La Hoz será indulgente con estos mis devaneos provocados por la brillantez de
su poética.
Referencias
bibliográficas
LA HOZ VALLE, Luis
2007 10 aves
raras de la poesía peruana (Antología). Fondo Editorial Cultura Peruana, Lima.
2006 Geografía
inútil. Estruendo Mudo, Lima.
2004 Una flor
amarilla. Ediciones del Mono Armado, Buenos Aires.
1993 El antiguo
ardor. Ediciones de los Lunes, Lima.
1989 Vendrá la
muerte y tendrá tus ojos. 33 poetas suicidas (Antología). Ediciones de los
Lunes, Lima.
1977 Primer
incendio. Editorial Ames, Lima.
LA HOZ VALLE, Luis y YEROVI, Nicolás
1978 Quiero
morir soñando. Editorial Ames, Lima.
CHIRINOS, Eduardo
1992 Infame
turba. Poesía en la Universidad Católica (Antología). PUCP, Lima.
* Luis
la Hoz (Lima, 1949) es poeta, editor, periodista y promotor cultural. Entre
sus publicaciones se encuentra: Poesía
(im)pura (antología, 2018), El sol entre las islas (2017), Cosa de nadie, 100
poemas (antología, 2010), 10 aves raras de la poesía peruana (antología, 2007),
Geografía inútil (2006), Una flor amarilla (2004), Los poemas de Federico
(2003), Oscuro y diamante (1998), El antiguo ardor (1993), Vendrá la muerte y
tendrá tus ojos, 33 poetas suicidas (antología, 1988), Los adolescentes (1987),
Ángel de hierro (1984). Fue fundador del diario limeño La República y
codirector de la revista literaria Auki. Ha dictado talleres de poesía en
diversas universidades de Lima. Dirigió la Casa de Poesía Eguren, el
Departamento de Cultura del distrito de Miraflores, el Centro Cultural del
Ministerio de Educación, el Centro Cultural de la Escuela de Bellas Artes, y la
Gerencia de Cultura, Educación y Turismo del distrito de Barranco. Organizó
legendarios recitales y conversatorios sobre poesía en los bares limeños Ekeko,
Nosferatu, Patagonia, Sancho Panza y Jazz Zone. Reside en Barranco-Lima.
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