Rodolfo Sánchez Garrafa
Cuando llega el silencio es el nuevo libro de poemas que acaba de publicar la escritora María Luisa Zevallos Pacheco. Se trata de un homenaje al amor de pareja, un homenaje que se me antoja ritual, en su sentido antropológico, conforme al cual los hechos primordiales se actualizan para mantener viva la memoria individual y social.
Desde tiempos inmemoriales, los humanos hemos tomado a las aves como símbolo de entidades espirituales que tienen la virtud de ponernos en contacto con los espacios lejanos del supramundo y el inframundo, es decir con las fuentes de la energía vital que llamamos kamay. Cabe prestar atención al hecho de que alrededor del 90% de las aves tiene un comportamiento monógamo, por el cual la pareja de progenitores se constituye para toda la vida con el propósito instintivo de asegurar la supervivencia de su respectiva especie. Razones evolutivas llevaron a que los humanos se hallen entre los pocos mamíferos en los cuales, además del instinto de conservación, se suscita la relación amorosa como ingrediente poderoso de la unión “hasta que la muerte los separe” o, lo que es lo mismo "hasta que llegue el ave del silencio".
En esta sucinta digresión encuentro el marco apropiado para entender el pensamiento plasmado por la poeta María Luisa Zevallos en su poemario Cuando llega el silencio, que es una poética del duelo, es decir del sufrimiento y dolor sobrellevado ante el más incisivo “mal de ausencia”, motivado por la pérdida del ser amado. Empiezo señalando que el silencio, a que se refiere el universo poético configurado, no es necesariamente el de la carencia de todo eco auditivo de la realidad, sino que es el de la interrupción del diálogo profundamente enraizado en la experiencia de vida de la pareja. No hay duda que toda separación es en principio traumática, cuánto más si se trata de una separación sin restauración, al menos en este universo físico que parece imperturbable ante los menudos acontecimientos que marcan el devenir de sus transitorios huéspedes. Secuela de la muerte es lo que nuestra poeta concibe como el “silencio total” que paradójicamente es un silencio atronador y desquiciante.
La idea del universo relacional, interactuante, es el pilar de reflexión con que este libro nos confronta. Debemos ser gratos por la significación “del apoyo en ciertas circunstancias recibido” y, en sentido inverso, mostrarnos satisfechos también por la gratitud emocionada que nuestros pasados actos, muchos ya olvidados, motivaron en aquellos a quienes en algún momento tendimos la mano: “Una voz llena de afecto, rompe la distancia/ Y el tiempo te agradece emocionado…”.
Aunque no siempre sea posible escuchar esa voz, encuentro que la sensibilidad de la poeta motivó una prefiguración recurrente del tiempo del silencio. Algo íntimo adelantando lo irremediable, la incontenible avalancha de la tristeza futura. “Es ahora o nunca/ El mañana no nos pertenece// Es ahora o nunca/ El mañana no nos pertenece/Ámame aquí y ahora porque/ El ayer ya no existe// Es ahora o nunca/ El mañana no nos pertenece/ Ámame aquí y ahora porque/ El ayer ya no existe/ y el futuro es incierto”. Esta preocupante anticipación, a una eventualidad que cabe en lo posible, en tanto habilidad o don de intuir las ocurrencias imponderables, a pesar de todo, proporciona a los amantes oportunidades excepcionales para experimentar la sana intensidad de la vida. Ahí están los hijos amados, los viajes por los más remotos confines del mundo, Madrid, Burgos, Amesbury-Stonehenge, Sicilia, San Petesburgo, Moscú, Aruba, y cuántos otros lugares bellos y acogedores, como lo son también los lares de la propia patria.
Tras la separación irreparable que acarrea la muerte, solo la esperanza de un nuevo amanecer ahuyenta las sombras de la noche fría, el tiempo sin el calor de la persona amada, ese tiempo en que la luz se ausenta y colma a nuestra alma con la más grande pena: “De tristeza me envuelve tu adiós/ ¡Me partió en cien mil pedazos!”, “Solo sé que ya es muy tarde para mí (…) solo se vive una vez”. El tiempo del duelo es una gran encrucijada, los recuerdos felices abruman: “Una vez más el cuartito no azul/ Alcalá 18 quinto piso, Hotel Regina/ Madrid-España… por enésima vez”, “Juntos todo el camino andamos/ En una vida sin tiempo ni medida”. Tras lo cual, el nuevo amanecer es la metáfora ideal de la restauración y el retorno de los días dorados, que muestra el camino de revivir y recordar lo pasado:
“Abrázame
amor!
Quiero
oír tu latido
Fundirme
contigo
Ven a mí
todo tú
Seamos
solo uno
Abrazados
como
Ninguno
tú y yo
Abrázame
cuerpo
Y alma
¡Solo uno!
Tú y yo
por siempre”.
Amor y duelo, en íntimo abrazo, componen la partitura del silencio en la poética de María Luisa. Ella afronta un periodo de gran intensidad emocional ante la pérdida radical del compañero de su vida. Su poesía aquí es una búsqueda de recuperación que toma forma de homenaje, de testimonio y confesión a la vez, esto es de provechoso diálogo espiritual.
La ritualidad a que me referí al inicio de este comentario, es por un lado una aceptación de la realidad irreparable: “En la vida hay momentos en que la luz se ausenta”, “Tengo que entender que solo se vive una vez”, “He perdido mi paraíso, te he perdido a ti”, “Hoy estamos yo sola y mi conciencia/ Quisiera huir de mi destino y evadirlo/ Pero no me queda otra que asumirlo”, “Hoy, ya sin ti, puedo sonreír al recordar lo feliz que contigo fui y del frío me río”, “Ya no estás más gran Pisonay de Yucay”. Estamos ante un proceso frente al cual nuestra poeta apela a toda su entereza de ser humano y eso pasa por hacer manifiestas sus emociones profundas y el dolor que la agobia: “Mi corazón llama y nadie responde”, “Mi alma está paralizada” “Qué triste quedó el alma mía, sufriendo tu ausencia”, “Solo dolor siento desde que partiste”, “Soy solo una infeliz sombra”, “Ay amor cómo te extraño”, “Voy vestida de negro, arrastrando mi dolor/ Triste es mi mirada”, “Déjenme llorar”, “Parece que todo te dijera ¡Adiós!”, “Sentada en la puerta de mi casa veo pasar la comparsa de la vida”, “Qué difícil es arroparse con la soledad”, “No estoy vacía sino plena de dolor”. De este modo, la palabra se hace instrumento de sanación, una oportunidad de llorar, porque hacerlo en tales circunstancias jamás será una señal de debilidad, sino, por el contrario, una lamentación desde la fortaleza y la convicción vencedora de haber contado con el don del amor.
Es obvio que la adaptación a un estado de carencia tiene amplias exigencias para el ser humano, lo podemos apreciar en los versos de Cuando llega el silencio; lo que nunca va a ser obvio es el conjunto de progresivas reacciones del sujeto afectado. María Luisa Zevallos ha sido capaz de dar forma a un escenario reflexivo que asimila la ausencia hilando cantos que mezclan la melancolía con la gratitud por las felices experiencias compartidas a lo largo de los años. Hay aquí una estética de la saudade con la convicción cultural respecto a una vida que se prolonga en el más allá. De hecho, no tiene por qué ser sencillo arribar a esta esfera; el camino está plagado de contradicciones: “Hay vivencias que cada vez que las evoco/ Es como si las volviera a vivir y me sofoco”, “Sola, infinitamente sola ya para siempre, sin jamás/ Comprender que el sueño de amor se terminó”, “Una cierta nostalgia siento flotando/ Mas mucho me conforta la esperanza/ De volver a ver un nuevo amanecer”, “Seguiré insistente… rastreando tu aroma”.
Finalmente, la poeta nos deja apreciar cómo el sujeto doliente se esfuerza por reconstruir emocionalmente al ausente y, al mismo tiempo, por reconstruirse a sí misma alcanzando la anhelada certidumbre. En su pensamiento se afirma la analogía entre un cosmos cambiante pero eterno y cíclico, y el humano finito y a la vez trascendente. Lo que era una posibilidad y quizá apenas una esperanza, pasa a ser una verdad definitiva anclada en inveteradas creencias: “Y si la muerte fuera una nueva dimensión”, “¿Será posible regresar en el tiempo?”, “Siempre queda la oportunidad/ De mejorar, de volver a intentar”, “Nunca pierdas la fe y te des por vencido/ Porque verás a Dios hacia ti venir”, “Y otra vez la felicidad plena/ Como un arco iris nos arropará”, “El sol el inti, asoma tímido detrás”. Entonces, el espíritu del amado, cual ave primordial cumple su papel de adelantado:
“Sin
miedo a tu destino vuelas y vuelas
Libre
por el cielo, entre bosques y flores
Cantas a
la vida, y no temes al mañana”.
Cuánta sabiduría en los pensamientos, cuánta habilidad en el reciclaje de la vida. Esta noche asistimos como extraordinarios testigos a la prefiguración de un intercambio de regalos, porque el mensaje de salvación está cercano. Juan le dice a la mujer de su vida que la Navidad no termina donde la vida se acaba, y María Luisa, a quien acompañamos devotamente, le entrega su carta de amor. Lo que se desagrega se vuelve a unir. Esta noche es el preludio real de un magnífico amanecer. Gracias María Luisa por hacer que así lo entendamos.
RSG. Nov. 2019.
De izquierda a derecha Arely Araoz Villasante, Alberto Escalante, Rodolfo Sánchez Garrafa, María Luisa Zevallos Pacheco, Ronald Cárdenas Krenz. |
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