Alejandro H. Villagra
Las aproximaciones a la poesía deben intentar aventurarse hasta las últimas fronteras mentales del escritor, en las que diversas experiencias de vida corren el riesgo de disolverse en la nada, o, en otro sentido, pueden poseer la virtud de reivindicarse y evocarse en su memoria álgida. Planteo esto a modo analógico de comentar este libro de poesía que involucra íntimamente el sonido del jazz. Precisamente porque si hablamos de literatura y música debemos esperar disfrutar de estimulación sónica, la liberación de las cuerdas vocales, la distención y distorsión de ciertos instrumentos de viento. La música es el placard desde el cual un poeta hace su necesaria terapia de autobienestar, paroxismo y desahogo. Exploremos el paisaje interno del poeta autor desplegando ampliamente la imaginación antropológica.
El pentagrama jazzístico, según sabemos, nace en la sabana tribal de la voz de los griots africanos. El jazz es musicalmente, como sabemos, «Llamada y respuesta - Estribillo repetido - Forma por secciones». En aquella fórmula uno puede descubrir ciertos secretos del mundo sónico. Lucen como fórmulas rituales en realidad. En ese limen está el crossover exacto en el cual dos cosmonautas de diferentes esferas consiguen la conexión. Azules abatidos, jazz sessions (2019), es una colección de 43 poemas que nos sitúan en una frontera interesante. La propuesta del autor consiste en crear un fino correlato entre la música que ha puesto el telón de fondo en su propia existencia y la pasión que inocula el jazz en la creación poética. No tengo ninguna duda de que el libro que nos prodiga Giovanni Astengo Martin (Santiago de Chile, 1972) consigue un gran equilibrio entre lo que ha querido comunicarnos como discurso poético y la atmósfera sónica vinculada naturalmente. Aunque quizás todo dependa de ciertas plantas mágicas y de una armonía que luce como una secuencia ancestral de generaciones de personas con historias particulares: de un algo extraño que se siente, o no se siente simplemente. Con el poeta GAM nos ha tocado coincidir en variados asuntos. Le considero un creador serio con el que hemos compartido varios temas en común como la psicología, la poesía y el psicoanálisis.
En esta oportunidad coincidimos en el vínculo existente entre música y poesía, entre jazz y creación escrita, viejos sueños salvajes que se resuelven positivamente y viajes cósmicos, cuyos destinos no necesariamente son tan kármicos o tántricos…, como un blues. En cuanto al poemario que tengo ante mi vista, puedo señalar con toda certeza que en la lectura de Azules abatidos no hay tiempo para decepcionantes ucronías o distopías que no valen la pena como supuesta reflexión post-moderna, que más bien salen sobrando ante el amanecer de nuevas humanidades proclamadas visionariamente por poetas mayores como Pablo de Rokha o Paul Eluard. El jazz tiene, en este sentido, esa cadencia lívida que nos seduce hacia un futuro fecundo. Textos como ‘Hostal’, ‘Adiós Muchachos’, ‘Último Tren a Casa’, ‘Monk’, ‘Danza’, ‘Blue Train’, ‘Orígenes’, ‘Aullidos’, ‘El Lenguaje de Dios’, ‘Medusa’, ‘Afueras de la Ciudad’, nos ofrecen suficiente sustancia para viajar por el sendero físico de lo psicodélico, pero también nos permiten cruzar a latitudes de la realidad humana pletóricas de experiencias inolvidables del poeta. Son mis textos favoritos. Metonímicamente son, además, excelentes piezas de música. El ensamblaje del cuarteto cuando llega plenamente a la fecundidad logra crear Nuevos Mundos sin esclavitud. La nostalgia del poeta nos resulta significativamente familiar, nos vincula solidariamente a nosotros con él y con sus evocaciones. Pues o vivimos libremente en este mundo nuevo lleno de esperanzas embrionarias, o morimos en el intento de alumbrar ígneos territorios cartografiados por estas escrituras.
Se me permitirá ahora emitir una nota disonante, ya que la secuencia poético-musical lo requiere. Estoy escuchando a Charlie Parker, John Coltrane, Miles Davis y Charles Mingus en este preciso momento. El estéreo suena limpiamente. Las melodías que nos ofrendan estos músicos astrales me conceden la chance de pensar tranquilamente y dejar volar mi imaginación. Me vínculo otra vez con la obra del poeta. La conexión es sencilla. Su esposa, sus padres, sus amigos, lucen otoñalmente evocados en la marea ardiente y caliente de mares sónicos como el Caribe. La mixtura resultante es notable, ya que sumamos nuestra experiencia americana en el costado occidental del Mar del Sur, y notamos cómo la música se amplifica a las esferas. No me resisto a improvisar para el libro de GAM alguna estrofa que puede representar un imaginario entre África y América, origen de la explotación, la música y de nuestra historia cultural. Ofrezco <Tree of Life>:
«El Sol divino cruzando el radio dividido del
hemisferio norte,
«Los campos de algodón lucen hermosos, aunque
la sangre cubra la tierra,
«Los colores alegres del campo son
acariciados por la suave brisa que disimula el calor infernal,
«Los cuerpos desnudos lucen azotados, y el
amor sexual termina por invocar a los ancestros.
«Los negros cantan, haciendo sonar sus manos
y cadenas.
«Allá a lo lejos, de la rama de una encina cuelga
del cuello una dama descalza.
«Luisiana arde de música durante el Mardi
Gras.
El jazz está bendito y maldito. Supongo que muchos estilos musicales, quizás todos, poseen esa mezcla híbrida de bendición y maldición; una especie de entidad malévola que consume al instrumentista. Los músicos y los poetas son posesos. Puedo citar la vida Charlie Parker, uno de mis instrumentistas favoritos. Pienso que en su música hay mucha conexión con la escritura moderna de la poesía. En otra esfera histórica, y vale divagar en este horizonte inmaterial, en el pasado remoto, el misterioso chamán caía exhausto en su paroxismo de flor alucinógena. Y la música que hubo de interpretar en el trance pudo ser responsable también de fuegos de destrucción y creación en sus espacios místicos trascendentales. Aquí en el mundo moderno, el saxofonista o trompetista (pienso en Chet Barker) suda en el salón, y en sus venas fluye un color rosa pálido modificando progresivamente la escritura de la composición, llegando al febril caos musical, ofreciéndonos fabulosos sacrificios del alma. Y eso es adorable para quienes testimoniamos el rito de tabaco, alcohol y sustancias prohibidas, unión sagrada de rabia y dolor, en medio de una nota infernal. No es extraño que en el último tiempo agrupaciones musicales como Sun O))) estén introduciendo en sus composiciones extractos o samplers de trazos de la obra de un Coltrane. O que aparezcan discos memorables como Perdition City (2001) o ATGCLVLSSCAP (2016) de Ulver, una mezcla de rock, drone y jazz. El jazz sigue viajando por el éter, y la hibridez continua su desarrollo.
El autor anotó: “el jazz no deja de
sonar mientras escribo ¡Oh! Monótono
oficio.” La
sensación que nos ofrece para nuestra lectura me recuerda las proezas de bajo
barrio retratadas magistralmente en aquel film de antología que es Taxi Driver (1976). En la ciudad el
calor aumenta cada día, y ciertos escritores como Bukowski cruzan cada día la
ciudad en busca de su ración diaria de locura y distención. Otros moran
esquinas nocturnas y rinden culto a las luces turbias de la noche. La música
está implícita en el movimiento de estos insectos urbanos kafkianos. En tanto, el
poeta está cómodamente instalado en su palco urbano y desde su atalaya observa
la ruidosa actividad de calle Irarrázaval. Desde su punto de vista se observa
el cielo celeste, la continuación de Santiago de Chile, la cordillera reseca
por la luz del Sol. Lucen edificios, calles y casas que se pierden en el
horizonte del atardecer; tren subterráneo de corazones humanos ansiosos. Y la
temperatura aún no baja, y quizás cayendo la noche continuará calentando los
ánimos en la ciudad. La película que está permanentemente filmándose, capta la
luz y la oscuridad de la Humanidad. Las sesiones de jazz y poesía crean un
paisaje espiritual crisálido. El discurso poético levita etéreamente. Admiro
desde siempre esta cualidad de mi hermano poeta: el hecho de fluir
sosegadamente, con gran hondura existencial. En <Sesión de música> GAM intuye
que:
«Cambiar el arte es cambiar la vida.
«Ludwig Van y Charlie Parker
«rompieron todos los vidrios en la
estridencia
«En ese oído que ya no oye En ese cuerpo que se muere
«Separados por siglos
«tu cuerpo se estremece
«y te susurra: ¡Libertad!
He mencionado la idea de aproximación; con ello he querido referir que el ensayo poético de GAM desplegado dentro del marco sonoro del jazz, implicaciones y reciprocidades de su propia vida (y mi propia escritura que actúa como espejo de espejos) tiene la maravillosa virtud de introducirnos en un mundo supernatural arreado por el inmenso espíritu de la música irreductiblemente, en devota dialéctica. Esta mestiza realidad de passeurs, de colonos y emancipados, coronada de múltiples famas, son expresiones mucho más denotativas que otras artes negras infortunadamente aun no tan comentadas. Yo pude encontrar mucho sentido en mi lectura de estos Azules Abatidos. Es alucinante concordar hermenéuticamente con las experiencias del poeta y asimismo poder construir una continuidad que nos lleva por nuestros propios jardines emocionales para recordar y evocar. No es un poemario cerrado en sí mismo; es un poemario que sale de sí y se desborda por el multiverso. Disfrutad de esta colección de poemas, escuchad algo de lo aquí comentado y descubrid cómo esta avenencia permite musicalizar el ejercicio sagrado de cantarle a la vida.
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