Rodolfo Sánchez Garrafa
“Necesito una nube
que me sirva de almohada
Un par de cordilleras
en que apoyar los hombros,
los brazos cansados
E ir en busca de una
playa donde anclar
los pies desnudos…”
Noviembre 1991.
Los versos del epígrafe figuran
como dedicatoria manuscrita en la primera hoja del libro de poemas La constancia del tiempo, publicado por
Antonio Cillóniz en Lima (1990) y que tengo la enorme suerte de poseer entre
los volúmenes más preciados de mi biblioteca. Esto testimonia que leí al poeta
mucho antes de conocerlo en persona, lo que para fortuna mía se produjo en
noviembre del año pasado, con motivo del I Congreso Internacional Marco Antonio
Corcuera.
Anoto datos biográficos
indispensables, a fin de situar este mi comentario sobre algunos aspectos
destacables en la obra de la primera etapa poética de Antonio Cillóniz de la
Guerra. Empiezo señalando que nuestro poeta nació en Lima un 1º de abril de
1944, en el seno de
una familia iqueña y trujillana, habiendo transcurrido buena parte de los años
de su infancia en comunión con el ambiente bucólico de las haciendas de San
José y San Regis en Ica, y las de Tomabal y San Ildefonso en La Libertad, que
entiendo formaron parte de heredades familiares, pero esta impronta quedó
solitaria y polvorienta en su recuerdo, aunque dejó visiblemente a salvo las
afectividades del hogar en que se criara. Cursó sus estudios de Educación
Primaria y Secundaria en el Colegio La Inmaculada de la Compañía de Jesús en
Lima, institución no exenta de un carácter elitista y que ha formado cuadros
notables con presencia en la vida política e intelectual del país. Sus tempranas lecturas de poeta españoles como Antonio Machado, Juan Ramón
Jiménez y García Lorca, enriquecerían más tarde su universalidad de la mano con
poetas de todos los tiempos en lenguas diversas: Li Po, Po Chu I, Tai Fu Ku, Bertolt
Brecht, Walt Whitman, Thomas S. Eliot, Henri Michaux, entre otros. Dejó el
Perú en 1961, y desde entonces radicó en España, donde se licenció en Filología
Románica por la Universidad Complutense y en Historia Moderna y Contemporánea
por la Autónoma de Madrid. Regresó al Perú para trabajar en el Instituto Nacional
de Cultura-INC (1973-74), durante el proceso revolucionario del General Juan
Velasco Alvarado, cuyo gobierno expropió mediante una reforma agraria las
tierras de sus familiares. Su sentido de anticipación parece haberle llevado a renunciar
al cargo de director de la Editorial del INC antes del golpe de Estado cometido
por Morales Bermúdez. De regreso en España, trabajó en el Departamento de
Lexicografía de Ediciones Anaya y más tarde como Adjunto a la Dirección de la Editorial
Tecnos de Madrid. Hizo docencia en materias de lengua
y literatura en universidades de España y, ya jubilado, reside
actualmente en Ceuta. Entre las distinciones que ha recibido están “El Poeta
Joven del Perú” en 1970, “Premio Extraordinario de Poesía Iberoamericana” en
1985, y “Premio de Poesía César Vallejo” en 1999.
El poeta Antonio Cillóniz es autor de algo más de 36 poemarios, entre
los cuales anoto sus libros: Verso vulgar (Madrid, 1968), Después de caminar
cierto tiempo hacia el este (Lima, 1971), Una noche en el caballo de Troya
(Madrid, 1987), La constancia del tiempo (Lima, 1990),* correspondientes a su
primera etapa de producción poética, a la cual conciernen, principalmente, las
presentes reflexiones.
Es pertinente señalar que Cillóniz
se autoubica entre los poetas de la generación del 68. El asunto puede ser
discutible, pero si nos situamos trascendiendo el panorama estricto de la
poesía peruana y si lo vemos más allá de las contingencias que han
caracterizado a la poética local, podemos darle razón. Con buen criterio,
Armando Arteaga ha opinado, en una reciente presentación del poeta,1
que su obra debe considerarse hispanoamericana, y yo agregaría que la producción
de Cillóniz está más próxima al curso de la poesía española que al de nuestro
ámbito nacional. Siendo así, me hallo en desacuerdo respecto a quienes han considerado
a nuestro vate como autor de una poética insular o marginal —aunque ello no le
disguste particularmente al poeta—. De similar parecer es Harold Alva, pues
discrepa con aquellos que le atribuyen una marginalidad, ya que encuentra la
poesía de Cillóniz ubicada al centro de la preocupación social y estética de su
tiempo, no al margen, no al extremo, ni a la orilla.2
En ánimo de ser más explícito, diría que en etapas recientes la poética desarrollada en
el Perú ha sido la insular o periférica, respecto a los grandes centros de
influencia literaria global. De ahí que Cillóniz estando fuera se sitúa, desde
un principio, en el núcleo de la poética hispana de su tiempo.3 No
deberíamos desconocer que en el país ibérico, la lírica de los poetas llamados “novísimos”,
conformantes de la generación del 68, destacó por su esteticismo y culturalismo,
tendencia reflexivo-crítica
en la que la escritura resulta una semblanza de lo que los propios poetas piensan,
sienten y hacen.
En la poesía de Cillóniz —a la verdad un novísimo—, la renovación no riñe
con la mantención de un sentido estético en la escritura y es clara su
integración con los referentes culturales clásicos del pensamiento occidental
greco latino. El “verso vulgar” se anticipa al futuro coloquialismo, la
paradoja tiene en él un sello particular, el humor negro es núcleo de su mirada
crítica y sus reflexiones poseen una sabia profundidad, todo ello dentro de un
registro estilístico en el que sobresalen la armonía y meticulosidad formal: “Cabeza humana con jeta de cuadrúpedo/ y
pico de ave” (p. 53); “Mar del Sur/
océano de algas/ y graznidos de aves./ Ni un indicio más/ de que por aquí está
cerca/ un país desolado” (p. 43); “
(…) flores negras de sus venas, flores amarillas de sus huesos/ y allá cerca/
las flores bellas y aún frescas y fragantes/ de mi abuela: flor morada/ de su
piel en el vientre/ de su tinaja recién cocida” (p. 49).
Una atenta lectura de sus versos revela cierta fragmentación narrativa, presumiblemente
intencional: La tierra girando desnuda sobre una nariz de foca, los espíritus
de las montañas humeando bajo sus cenizas, nosotros quizá las momias que
desfilan hacia sus tumbas, el poeta tendido al lado de las hormigas… cantando;
hay que entender que entona una canción funeraria (pp. 41-2). Visita reiterada
a la tumba de Garcilaso en Córdova, donde éste fue a reclamar heredades que jamás
le dieron, mientras que el poeta no se explica qué hace él por allí trabajando
como un burro (p. 46); de donde resulta su primera declaración de bienes.
El poeta evidencia su fascinación con los presupuestos estéticos de los
poetas del Modernismo. Afloramiento de la palabra bella: “Un día vi los ojos de
la mar/ brillar profundos/ y caí en sus redes/ Me bañé con ella siete días/
sentado en sus rodillas/ entre espumas/ y algas revolcándome/ en su lecho/ de
varias/ mareas/ Y me lanzó a esta playa desierta/ donde vivo” (p. 63); desmarcamiento
del realismo social, la agitación política4 y la poesía cotidiana predominante
en los 60s; alusión a lugares lejanos, exóticos, junto a personajes mitológicos
de la antigüedad clásica como Pan, las sibilas, las musas, Prometeo, las
parcas, Minerva, etc. Su culturalismo
decanta todo aparato puramente ornamental y se enlaza con la tradición clásica
que es una constante en la poesía española de los 60s y 70s. En conjunto, hallo gran afinidad entre la poesía de Cillóniz y la de José Miguel Ullán,
Jenaro Talens o Aníbal Núñez, por solo citar unos
cuantos nombres.
Cillóniz
lleva más de la mitad de su existencia fuera del Perú, hecho calificado como
una vida en el exilio. Considero que decirlo así es más una forma metafórica
que una situación real. Me explico, la noción de exilio figura como pérdida, a
menudo no deseada, de un modo o modos de vida anteriores. En sentido laxo también
alude a la ruptura que toda emigración puede conllevar, como en el caso de
nuestro poeta, voluntariamente establecido en España, aunque quizá no
absolutamente convencido de haber tomado la mejor determinación, lo cual es
parte de una humana mirada al pasado. No otra cosa exponen aquellos versos ya
aludidos que dicen: “Por lo menos fueron
cinco las veces que vine a visitar/ la tumba de Garcilaso/ A un par de metros
tan solo siempre al pasar por Córdova/ me acuerdo/ que él vino a reclamar no sé
qué heredades/ que jamás le dieron/ en tanto que yo/ no sé/ a qué mierda vine”
(p. 46) o estos otros: “No sé lo que yo
gano con mis conquistas/ a costa de mi trabajo. Galeón oscuro/ navegando hacia
el Oriente/ llego a las mismas
ínsulas extrañas/ que Glauco tronco cual vejiga/ flotando hacia Occidente/ Para
qué remar/ en este inmenso mar/ de tempestivos” (p. 94). Migrante, y hoy
ciudadano del mundo, nuestro poeta ha construido su propio modo de vida, con
una producción identitaria que articula un doble lazo ya intuido en los
términos del epígrafe de este artículo. Podría decirse que los Pirineos y los
Andes son, al final de cuentas, el par de cordilleras, que el poeta dispone
para apoyar los hombros y descansar los brazos.
La
montañas más altas de la cordillera de los Andes expresan simbólicamente la
resistencia de su ser latinoamericano, que alienta a la carne y a la sangre
para seguir luchando (p. 99). El poeta ha andado (textualmente) “Más triste aún que Ulises/ que erró veinte
años por los mares/ y aún más todavía que Baquiades/ el cual vagó perdido/
entre los muros de su propio pueblo, yo/ deambulé sonámbulo/ lejos de mi
patria/ por la caverna de mis sentidos” (p. 72). En Fardo funerario (pp. 61-80), la República de UREP (Perú) le extiende
al poeta el pasaporte 10-92-82, pero es también una entidad mítica que en el
fondo de una montaña vivió 300 años con su bella esposa Niaps (Spain o España).
Esta resistencia, que se mantiene a pesar de la migración o éxodo (p. 77), es
uno de los componentes de la peculiaridad del carácter innovador en la poesía
de Cillóniz junto a escarceos experimentales como: “deaquellainterminablefiladebestias”
(p.76).
O
este otro par de ejemplos, que serán suficientes:
Una
tumba
es demasiado
grande y
p
r
o
f
u
n
d
a
(p. 78)
El
tiempo
desmadejado
en torbellino
nos
desovilla a todos
y
nos hace cruzar el
aire
de un punto a otro
d e l a c a d e n
a d e h i l t o n
mas
no todos trasponemos el cristal de sus
mamparas
puesto
que estamos pudriéndonos en las mazmorras. (p. 81).
A
lo largo de la trayectoria poética de Cillóniz, con una obra verdaderamente
vasta, es significativa la correlación dialéctica entre la visión del mundo que
nos ofrece y su propia concepción artística; en esto consiste, en parte, la coherencia
o persistencia ética en su poesía, lo cual tiene que ver directamente con la
constancia del tiempo: flujo constante del tiempo « ética persistente en la obra literaria y
en la vida misma. La memoria cultural de origen, actualizada frecuentemente en
los versos del poeta, son parte de esa ética que se mantiene incólume, sin
renunciaciones, cristalizada en la complementariedad de sus vertientes de referencia
que imprimen un sello particular en el conjunto innovador de su obra.
La constancia del
tiempo,
es un magnífico título acorde con el espíritu del libro de poemas que cierra la
primera etapa en la producción poética de Antonio Cillóniz, quien testimonia una
virtud irreductible de lucha por ideas y metas más que exigentes: “El hombre debe/ saber querer/ hacer/ cosas
prácticas” (p. 15); “Hoy/ lo difícil
es/ pasar de padres a hijos/ para salvar el lomo/ del canto/ Porque un libro/
del que broten las hojas/ hasta darle cuerpo/ creerán que valdrá la pena”
(p. 16); “Conviene/ agitar bien las
palabras/ del poema/ trocar el peligro de resignación/ en nuestras manos/ (…)
para invertir el orden de la maquinaria febril” (p. 25).
Pese a los saltos discretos del tiempo, al tránsito fugaz que se lleva la vida poco a poco, la eternidad anida en el espíritu del poeta y en la densidad de su visión del mundo. “El viento que pasa salvaje no volverá/ nunca más. Volverá/ soplando fuera y agitando la pelambre del falo/ de las bestias/ Y hasta el agua que cae sobre los tejados/ caerá en nuestro techo/ Pero nosotros no estaremos/ para verlo” (p. 51). “Doy pie/ para que me sigan/ los pasos/ desde el 44” (p.23). “(…) yo contemplo las mutaciones como un recién nacido” (p. 33); “Dadle al pensador o al artista la posibilidad de disponer libremente del tiempo y tendrá espacios para tantos mundos como explicaciones de él quiera dar” (p. 35);
Los
cambios en la corporeidad humana homologan las mutaciones cíclicas de la
naturaleza que le rodea. “También el
tiempo crece entre nosotros y sobre todo/ ahora/ que es el tiempo/ de la noche”
(p. 64); “Quise apresar la vida entre mis
libros/ pero al pasar la página/ corrió la tinta de canto/ hasta enturbiarlo
todo/ y fue/ mi libro/ sobre la vida misma” (p. 124). Después de todo,
siempre queda la esperanza de un nuevo amanecer: “Bebo de los dorados tilos/ divino néctar/ y entre las rosas ando/
perdiendo el tiempo/ para alcanzar a ver/ la luz de Oriente/ cuando asome/ por
estos valles” (p. 138). “El monte/ el
bosque/ la noche/ cobija a los hombres/ pero/ el viento/ el invierno/ el silencio/
el tiempo/ deshace sus cuerpos/ bajo la piedra/ bajo la hierba/ bajo tierra/
donde aguarda la primavera” (p. 164). Así queda patente un pensamiento
filosófico, creyente y a la vez renuente. Pese a que nuestro poeta se considera
más cercano a la visión del mundo y concepción artística de Vallejo que a la de
Huidobro o Neruda, me parece que su usina de dolor es muy distinta a la
desgarrada del vate de Santiago de Chuco, tan colmada de intensos sufrimientos,
reveladora de una arcadia familiar deshecha, y radical en su marginalidad. Empero,
hay dentro del registro de Cillóniz una actitud filosófica muy contemporánea de
cruda reflexión e insatisfacción en la que se advierte la asunción de una
función redentora de la poesía,5 frente a una realidad cuestionable
y por él explícitamente cuestionada. Pero, ya se ha hablado bastante del poeta
como vidente, visionario, un ser insatisfecho por excelencia. Todo eso y con
creces es Antonio Cillóniz a quien tenemos el honor de contar entre nuestros
poetas universales más fecundos.
Chorrillos,
agosto de 2018.
Referencias
* Antonio Cillóniz: La constancia del tiempo. Mosca Azul Editores, 1990. Lima.
1 Armando Arteaga: Comentario público en el acto de presentación del
libro Usina de dolor escrito por
Antonio Cillóniz. Casa de la Literatura, jueves 23 de agosto del 2018. Lima.
2 Harold Alva: Antonio
Cillóniz de la Guerra o la preocupación social y estética. En Apuntes de Occidente,
Diario Expreso, domingo 26 de agosto
del 2018. Lima.
3 Ha dicho de sí mismo el poeta Antonio Cillóniz: “(…) desde muy pronto tuve a la vista otros horizontes que
pusieron al alcance de mis ojos poemas más alejados de los circuitos culturales
nacionales que quizás le dieron una orientación distinta a mi concepción
artística, al tiempo que vivir en una realidad foránea propició en mí
desarrollos temáticos correspondientes a una visión del mundo diferenciada, lo
mismo que dichos horizontes nuevos me proporcionaron a su vez una perspectiva
mayor acerca del entorno tanto geográfico e histórico como cultural y poético
de mi propio país”. Entrevista publicada en Austral, blog de libros y artes. En
https://ernestodaudet.blogspot.com/2017/08/entrevista-al-poeta-antonio-cilloniz.html
4 El poeta Oscar Limache ha destacado la profunda preocupación
social de Antonio Cillóniz, puesta a resguardo de tentaciones destructivas y
proclamas políticas de plazuela. Comentario público en la presentación del
libro Usina de dolor de Antonio Cillóniz. Casa de la
Literatura, jueves 23 de
agosto del 2018. Lima.
5 Marita Troiano: A modo de prólogo. En Usina de dolor de Antonio Cillóniz. Hipocampo 2018, Lima.
El poeta Antonio Cillóniz en la FIL Cusco-2018. |
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