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EL “UMBRAL DEL OCASO” POEMARIO DE MARÍA LUISA ZEVALLOS*

Ronald Cárdenas Krenz

Empiezo tomando prestada una palabra de la página 38 del libro que hoy presentamos “Namasté”: término que viene del sánscrito, usado en la India y Nepal, que se invoca ya sea como expresión de saludo, de despedida, expresión de gratitud, forma de pedir permiso, o para manifestar respeto; y como una forma de crear un vínculo entre quien la expresa y quien la recibe.



Hoy, estamos aquí porque nos congregan y nos vinculan dos cosas: por un lado, nuestra amistad y aprecio hacia María Luisa Zevallos Pacheco; y, por otro, el acercarmos al libro que hoy presentamos. Ambas motivaciones hacen que sea un gusto estar aquí.

Cada libro que uno escribe, lleva algo de nosotros; poner algo de uno en manos de otra persona y pedirle que hable de ello, es un honor que uno debe agradecer. Yo, como abogado, no soy hombre de letras sino apenas letrado, y más que escritor, escribano; por lo que atreverme a comentar un libro de poesía es un atrevimiento que raya casi con lo ilícito y, peor aún, a riesgo de quedar impune. Felizmente, en mi descargo, estoy acompañado en esta mesa con Carmen Ollé, que es una destacada poetisa y notable escritora. Así que será ella quien analice literariamente el libro y hablará mejor que yo de sus méritos como poesía.

Desde una mirada bioética, más que poética, les hablaré como lector, volviendo a mi viejo oficio de comentarista de libros en El Comercio, con la osadía de aquellos periodistas deportivos que hablan de fútbol cuando nunca patearon una pelota.

Decía Heidegger, que la poesía es la instauración del ser por la palabra. Y el libro que hoy comentamos nos habla mucho, precisamente, del ser de su autora, como existencia y coexistencia; como materia y como espíritu; como acción y como pensamiento, comprendiendo en ese “ser” lo que uno es y no es a la vez, bajo la duda metafísica de si es mi sombra quien me sigue o soy yo quien la persigue (como lo plantea la autora en la p. 15 de su obra). Pero hay algo más que la inquieta, y es que se sabe que somos ser en el tiempo y es que (p. 85), “la vida es un soplo / tan solo un instante”, encontrándonos de pronto con nuestra finitud al sentirnos en el umbral del ocaso, aflorando entonces nostalgias y sueños esquivos, aireados por la brisa de alegres recuerdos, junto a la incertidumbre, el temor o “el dolor inmenso de enfrentar: ¡La nada!” (cito textualmente, p. 13).

El ocaso tiene una doble dimensión, semántica y cronológica. Por un lado, es la mirada retrospectiva al final del día y, por otro lado, es inquietud con relación al mañana. Sobre lo primero, mirando una puesta de sol, María Luisa Zevallos nos dice: “Un día que termina / ya es un día menos / si fue bueno o malo / nunca volverá a ser. // El sol que al amanecer te ofrecía tanto, cumplió o te llenó de amargura / sólo tú lo puedes saber” (p. 36). Sobre lo segundo, nos dice (cito de nuevo textualmente, pag. 8): “ya entonces el sol no brilla la oscuridad y lo ignoto es lo que queda”, haciendo votos para que “al llegar el ocaso de nuestra partida se consuelen todos y en su corazón guarden el recuerdo de nuestra vida”.

Y así, entre uno y otro verso, afloran la esperanza (como en “Ilusiones” en la p. 62), la desesperanza (p. 78), los sueños y la necesidad de huir de la rutina (p. 44), la invocación a cantar y no llorar (p. 45), como la importancia de aquella sonrisa que “es el sol que rompe la neblina” o el recuerdo de unos imborrables besos de fuego” (p. 94).

También por cierto, emerge la angustia por el tiempo que se nos escapa “¿Dónde está mi mañana? ¿Por qué no hay esperanzas? / en qué recovecos de mi pobre vida se me fue el mañana” (p. 99).

Se trata, de hecho, de un libro muy reflexivo, el cual nos habla de cómo la muerte nos arrebata a los seres queridos (p. 28), o puede contarnos el amor “es solo un engaño para soportar el vivir” (p. 11), para implorar luego (p. 13) que le dejen “creer que el amor es, que existe”, gritándonos casi en voz alta:

“Quisiera asir un paraguas de color
en algún día gris, triste y lluvioso
para que los colores disimularan
el llanto del cielo y mi llanto doloroso” (p.12).

Siguiendo con esta mirada existencialista y profunda, confiesa:

“Pero nadie me advirtió ¡Cuánto! se sufre
cuando aquellos que amas con verdad
te olvidan, te ignoran, te dan por muerta
sin que aun tu muerte sea una realidad” (p. 24).

La soledad es otra inquietud recurrente, como la de cualquier navegante al llegar al ocaso, como una expresión del sentimiento trágico de la vida, diciendo en sentidas frases: “Voy camino a ninguna parte / y ya nadie viene a mi lado / tengo que seguir andando / por este camino desolado.  / Nuestro destino es tan sólo andar / sin parar, sin tener un lugar para llegar / tampoco alguno de los míos me despidió / ni menos habrá esperando nadie por mí” (p. 78)




Los textos son a veces dramáticos, conmovedores en algunas líneas, mas no se crea sin embargo que la autora termina devorada por una visión pesimista y sin esperanza. No, pues “Mañana será un nuevo día / hoy recuerdo mis tristezas / y me rindo a mis fracasos” (p. 42). “Maravilloso es el mundo / y más aun la vida que da / tanto y nos enseña a vivir / con sangre, risas y llanto” (p. 43). Agregando luego que “y yo muy serena y en paz enfrentaré / al invierno que a todos nos va a llegar” (p. 54). 

Quizás tenga que ver ello con su vocación docente (y es que un maestro tiene que ser optimista por convicción, pues si no cree en el futuro no tendría sentido preparar niños para el mañana) pero, además, está su propia fe, dando gracias a Dios por llegar al ocaso del destino nocturno, contando con él para apartar las piedras del camino y continuar (p. 27).

En todo caso, destaca una muy profunda idea de lo que significa ser libre, en tránsito entre la existencia y la trascendencia (p. 10):

“Mi mente está en blanco, nada hay
ni problemas, ni penas tan solo paz
no hay pasado que me muerda…
Ni presente aciago que me inquiete
No hay futuro incierto que me asuste
soy libre, totalmente… y mi ser lo grita.

Octavio Paz afirmaba que era vocación del poeta, el participar en lo absoluto, como el místico. Y ese propósito se cumple en el libro de María Luisa Zevallos Pacheco, como lo evidencia la siguiente frase: “Ahora solo me queda esperar que el destino cumpla su promesa y cierre compasivo mis ojos y deje que vuelva yo a la nada” (p. 30), bajo la duda de si “Morir es dejar ya de soñar o quizás será quedarse para siempre dormido” (p. 32).

 Ronald Cárdenas a la izquierda de María Luisa Zevallos en la presentación de "Umbral del Ocaso".

Ahora bien, vale advertir al lector que es importante evitar caer en la tentación de pensar que detrás de cada palabra de un escritor se esconde algo de sí y buscar con interés, a veces morboso, a veces curioso, a qué viene tal o cual frase.

Sin perjuicio de ello, claro que hay expresiones testimoniales en el libro: como el agradecimiento a papá por regalarnos la vida y enseñarnos a volar sin mirar atrás (p. 14), la despedida a un familiar muy querido como Blancuca (p. 31), el homenaje a su esposo por sus 80 años, su admiración desplegada en la p. 66, el tan personal “Tú y yo” sobre aquel también conspicuo bailarín con quien baila una canción eterna (p. 56) y se deja llevar por él para seguir sus pasos, y es que, como dice luego (p. 72), el amor es “dejarse llevar / seguir a quien te guía y cerrar los ojos”.

También puede uno encontrar el testimonio de aprecio a sus hijos “gracias doy porque sean mis hijos / me siento orgullosa por cada uno / y gracias por enseñarles a los suyos / a amar y respetar a vuestra mamá” (p. 88). Recogen también sus páginas, la emoción por la llegada de su último nieto, como un regalo divino recibido en el invierno de mi vida (p. 77).

María Luisa Zevallos habla de algunos de sus temores y recelos, pero también de sus alegrías y pasiones, como cuando se refiere al jazz y nos comenta que una trompeta le pregunta: “¿A dónde vas esta noche de jazz” y ella le responde “¿A dónde me quieres llevar? Quiero perderme en tus recovecos, escalar alturas increíbles ¡Quiero volar!” (p. 23).

No faltan en el libro las referencias peruanistas, que marcan una constante en su obra, como la mención al nevado Ausangate (p. 37), a la diosa Shi de los mochicas (p. 53) o el homenaje a Raúl García Zárate. Tampoco faltan sorpresas, como una poesía de aniversario escrita por su querido esposo Juan, quien habla de “muchas alegrías y tantas horas hermosas que son un recuerdo y un ramo de rosas”.

Para terminar, debo decir que, al llegar a cierta etapa de la vida, puede que empiece a inquietarnos si es que no estaremos ya en el umbral del ocaso. Mas, siendo tan incierta la vida, todos de una u otra manera, estamos en ese mismo umbral, lo cual en vez de desalentarnos, puede motivarnos a vivir más la vida. Decía Rose Kennedy: “Los pájaros cantan tras la tormenta ¿por qué no va poder la gente deleitarse con la poca luz que les quede”.

María Luisa Zevallos es una persona persistente y ello seguramente le ha permitido seguir siempre adelante, sobre todo teniendo la familia que tiene. Además que, habiendo empezado su carrera literaria hace no muchos años, puede decir que es una joven escritora, la más madura de las jóvenes escritoras pero joven al fin. Persona detallista, enamorada del mar, de espíritu viajero y amante de la música, animada internauta, peruanista, y de interés activo en la política, con una capacidad innata para cultivar la amistad, tiene mucho todavía por darnos como persona y como escritora.

Si al principio mencioné la palabra “namasté” para saludarlos, termino también con la misma palabras que también sirve para despedirse, pero a la vez también simboliza que “tú espíritu y el mío son uno”, pues todos estamos conectados, al ser parte del universo.


Miembros del Círculo Andino de Cultura rodeando a la poeta María Luisa Zevallos Pacheco.

Empezamos conectados por la invitación de María Luisa, terminamos conectados por sus reflexiones que son las nuestras, acerca de la vida y del sentido de nuestra existencia, preocupados a veces más en nuestra soledad que en acompañar al otro, distraídos más por nuestras dudas que ocupados en nuestras certezas. Por ello, quiero concluir, nuevamente agradecido por esta oportunidad, citando una frase de Albert Pine, más allá de que seamos escritores o no : “Lo que hacemos por nosotros mismos muere con nosotros. Lo que hacemos por los demás y por el mundo permanece y es inmortal”.



* María Luisa Zevallos Pacheco.- Profesora de Historia y Geografía por la Universidad San Marcos. Posee diversas especializaciones, en Administración Educativa por la Universidad Ricardo Palma, Historia en el Instituto Raúl Porras Barrenechea y Orientación del Educando en el Pedagógico de San Pedro. Ha profesado en la Escuela Nacional de Turismo Cenfotur y en la Universidad San Ignacio de Loyola. Entre los años 2013-2017 ha publicado los poemarios: Caleidoscopio, A Contraluz, Desde el Espejo, Impromptu y Desde la Grieta. Su libro Umbral del Ocaso acaba de ser publicado en Lima, junio 2018.

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