Rodolfo
Sánchez Garrafa
En términos generales me atrevo a considerar como neorromántica la poesía plasmada por Sixto Sarmiento en su reciente poemario Sindulia (2017).2 Al hacerlo, me apresuro a efectuar algunas precisiones a fin de que se entienda de qué mirada romántica estoy hablando. Desde luego no de un romanticismo que se reduzca a un posicionamiento egocéntrico frente a la vida y tampoco a una expresión de melancolía cursi. Hacerlo en esos términos sería desconocer que sus versos traslucen una visión de la vida social, en la que si bien se evidencia el predominio de componentes afectivos, éstos se erigen en garantes de un mundo mejor, en una apuesta por la vida, en el convencimiento de su sempiterna restauración. En cuanto a la innegable melancolía, habría que resaltar el hecho de que las emociones y sentimientos del poeta van siempre acompañados por la afirmación de un amor que es telúrico, entrañable e indoblegable, y por una expresión de pesar ante las humanas limitaciones que impiden prodigarlo como uno quisiera. Para decirlo de una manera directa, en Sindulia hay una necesidad patente de dar más que de recibir.
No se contraponen entonces la intimidad, ni los sentimientos y deseos que la traducen, con el auscultamiento de la realidad. Al contrario, Sarmiento nos advierte sobre los prados silenciados, la moribunda tierra, la vida dura (Mamá en Ccocharana, p.16). Si bien el amor filial es el leitmotiv de Sindulia, el amor por la madre (como bien lo destaca Héctor Ñaupari, su prologuista) y desprendido de éste, el amor complementario de la mujer amada en la travesía de amar, en última instancia permiten apreciar un campo en el que los elementos dinámicos son un conjunto de valores tales como: el reconocimiento y la gratitud a la sublime entrega de la progenitora, la trascendencia que se le asigna en un ciclo que culmina y anuncia un nuevo amanecer (la mujer, la madre que ya no es de ayer y que besa lentamente el futuro, el culto al poder vivificante de la matriz progenitora) aspectos que bien podemos apreciar en los siguientes versos:
En resumidas cuentas, Sarmiento hace un registro inventario de las manifestaciones líquidas ancladas en su memoria y a ellas acude para construir sus metáforas telúricas, porque así nos va describiendo al mismo tiempo el entorno bucólico que acunó seguramente su infancia, niñez y adolescencia. Surge así un escenario rural con campos de labor, espinosas sendas y caminos quebrados, un pueblo ornado de sauces y eucaliptos, suelo de yaretas, cielo que surcan palomas y frecuentan coloridas mariposas, el jardín familiar, al fondo las extensas aguas de una laguna, arriba los astros omnipresentes, la lluvia tan divina y tan humana. Nada exótico, mas sí como un nudo cotidiano en la garganta.
La
poesía de Sixto Sarmiento1 me fue gustando de a poco. Sus cantos amorosos en Lágrimas sin sombras (2016) que son
refugio del dolor y cómplices del silencio, pretendiendo victoria sobre la
ausencia y el adiós, me pusieron en un crucero de almas en desencuentro. Ese
fue mi punto de partida.
En términos generales me atrevo a considerar como neorromántica la poesía plasmada por Sixto Sarmiento en su reciente poemario Sindulia (2017).2 Al hacerlo, me apresuro a efectuar algunas precisiones a fin de que se entienda de qué mirada romántica estoy hablando. Desde luego no de un romanticismo que se reduzca a un posicionamiento egocéntrico frente a la vida y tampoco a una expresión de melancolía cursi. Hacerlo en esos términos sería desconocer que sus versos traslucen una visión de la vida social, en la que si bien se evidencia el predominio de componentes afectivos, éstos se erigen en garantes de un mundo mejor, en una apuesta por la vida, en el convencimiento de su sempiterna restauración. En cuanto a la innegable melancolía, habría que resaltar el hecho de que las emociones y sentimientos del poeta van siempre acompañados por la afirmación de un amor que es telúrico, entrañable e indoblegable, y por una expresión de pesar ante las humanas limitaciones que impiden prodigarlo como uno quisiera. Para decirlo de una manera directa, en Sindulia hay una necesidad patente de dar más que de recibir.
No se contraponen entonces la intimidad, ni los sentimientos y deseos que la traducen, con el auscultamiento de la realidad. Al contrario, Sarmiento nos advierte sobre los prados silenciados, la moribunda tierra, la vida dura (Mamá en Ccocharana, p.16). Si bien el amor filial es el leitmotiv de Sindulia, el amor por la madre (como bien lo destaca Héctor Ñaupari, su prologuista) y desprendido de éste, el amor complementario de la mujer amada en la travesía de amar, en última instancia permiten apreciar un campo en el que los elementos dinámicos son un conjunto de valores tales como: el reconocimiento y la gratitud a la sublime entrega de la progenitora, la trascendencia que se le asigna en un ciclo que culmina y anuncia un nuevo amanecer (la mujer, la madre que ya no es de ayer y que besa lentamente el futuro, el culto al poder vivificante de la matriz progenitora) aspectos que bien podemos apreciar en los siguientes versos:
Su rostro esconde los años/ en sus
arrugas está pintado un panizo de vida/ que hace agible terminar las mañanas (Mamá en Ccocharana, p. 15).
Será vergel el brillo de su blanca
cabellera/ Almáciga rebelde contra esta vida dura/ Cobijo añorado para el sueño
de otro mundo justo
(p. 16).
Después de la lluvia/ A pesar del
óbito en tu corazón/ Solo tú seguirás sembrando vida/ Madre sabia de luz
Puquial de las mañanas
(Savia de vida p.23)
A tu paso/ serenas y escoltas a la
tierra mojada/ que implora tus lágrimas para ser adverada (Tus camino p. 33).
La
visión neorromántica de la reproducción biológica y sociocultural, no sucumbe
en Sarmiento a los golpes de la tragedia ni la muerte. Antes bien, le canta al
retorno, aquella especie de renacimiento y de restitución del origen
arquetípico en el seno del amor incondicional.
Mamá no es rosa: es más que una rosa/
Es un folio de aroma puro que extiende el día/ Es hontanar de luz que da vida y
guía a las estrellas
(Mamá en Ccocharana p. 15).
Eres el repertorio incansable en la
tierra/ En esta tierra que te sepulta apenas naces/ Y te desentierra cuando
tiembla/ Mujer: ya no eres de ayer
(p. 19).
Llegaré hoy/ Estoy a unos suspiros de
ti/ Estrujo los milímetros que te desvelan (Ofrenda al amor p. 69).
Grano a grano vamos desenvolviendo/ A
las lunas perdidas en las noches/ La rambla de su color/ Es nuevo día: estamos
con Mamá (Es nuevo
día p. 21).
Es momento de perfumar tu sonrisa/
Para exhalar aromáticas centellas/ Y hacer que la lluvia dance sobre tu luz (Tu sonrisa p. 31).
No
son muchos los personajes que dan vida a la subjetividad de este mundo real
escindido por las circunstancias y por el mismo modelo de sociedad al que todos
advenimos. Está como, ya se ha dicho, la figura femenina de la madre, está el
sujeto que poetiza las circunstancias y el propio perfil de su yo poético, está
intuida la mujer amada, están bastante difuminados -pero están- los otros del entorno
(predicadores, mercaderes, los que ríen celebrando la oscuridad) y esos son
todos los personajes, y parece que fueran suficientes para los efectos de un
discurso íntimo, cariñoso, compensador, expresión de un curso restaurador real
pero ajustado a una visión mítica del mundo.
Pasando
a tratar de lo sustantivo que da pie al título de este comentario, es preciso
destacar que en los versos de Sindulia
y otros que les precedieron, el agua se descubre poema a poema, ya sea en forma
de lágrimas, lluvia, mar, rocío, todos continentes que conducen o contienen el
líquido, lo llevan por recorridos arquetípicos y le permiten cumplir sus altos
cometidos vitales. La exploración de diversos medios que este compuesto químico
aprovecha para dar curso a su mágica metamorfosis -ojos, nubes, sudor, gotas-, conduce, poco a poco,
hacia una poética de horizontes amplios y originales: La conversión o
trastrueque de las cosas y de los acontecimientos (río que sin desavenencia
converge en el mar, difíciles noches que ceden el paso a un nuevo día, penas
legadas al cielo que retornan como lluvia vivificante).
Ya
en el primer poema de Sindulia, Sixto
Sarmiento centra su estro poético en la Madre Agua, el origen si se quiere
mítico de la vida. Qocharana, el nombre de un pueblo seguramente, pero que
alude a una laguna o un lugar donde el agua se empoza, nos anuncia las maneras en
que el líquido vital se entronca con el universo poético de Sindulia: la infinita mirada de la
madre, una mirada que emula a las acicaladas aguas de Qocharana (así se
escribiría este topónimo quechua). Los siguientes poemas desarrollan esta idea
de partida y nos hablan de: la diáfana lágrima en el enturbiado cielo, la
lluvia que nutre con su sangre, la leche que amamantan los vientos y las hiedras,
los años coronados con agua cristalina, la savia de luz que brota de los
puquiales, las tormentas que se rinden ante las lágrimas de la lluvia que
amaina, el aguacero que se fragua en la mirada materna, la valía del llanto, los
ojos que devuelven la vida cual puquiales del espíritu, las palomas que beben
lágrimas, las nubes que deambulan y se pierden entre suspiros, la lluvia, en
fin, que es la misma mujer amada.
El
sentimiento de gratitud desarmada ante lo impagable tiñe de tristeza a las
aguas que discurren como lágrimas. Dice el poeta: Mamá no cesa de llorar/ Esa es
la única verdad (p. 41), Es Mamá/ Ahíla en silencio para inhumar la pena/
Multiplica la cobija/ Para el hijo que la olvidó/ (p. 43), Perdóname Mamá/ No
encuentro el altar/ Que tú mereces (p. 29).
En resumidas cuentas, Sarmiento hace un registro inventario de las manifestaciones líquidas ancladas en su memoria y a ellas acude para construir sus metáforas telúricas, porque así nos va describiendo al mismo tiempo el entorno bucólico que acunó seguramente su infancia, niñez y adolescencia. Surge así un escenario rural con campos de labor, espinosas sendas y caminos quebrados, un pueblo ornado de sauces y eucaliptos, suelo de yaretas, cielo que surcan palomas y frecuentan coloridas mariposas, el jardín familiar, al fondo las extensas aguas de una laguna, arriba los astros omnipresentes, la lluvia tan divina y tan humana. Nada exótico, mas sí como un nudo cotidiano en la garganta.
Considero
que Sindulia es testimonio de un sentido de la vida, construido a fuerza de
digerir el desarraigo, sin exclamaciones estridentes, sin interrogantes
explícitas, con añoranza intelectual y profundos afectos. Podemos alejarnos
físicamente de Qocharana, pero Qocharana, la utopía, siempre estará presente en
el futuro de nuestros corazones. Sixto Sarmiento nos lo ha recordado de la
mejor manera, con una ternura sin hipocresía, y nos sentimos en deuda con él. Sea su verbo en florecimiento la mejor ofrenda a la Tierra y a las madres de
todo el mundo.
De derecha a izquierda. P.Rodolfo Dondero Rodo, Harold Alva, Sixto Sarmiento y Rodolfo Sánchez Garrafa en la presentación de Sindulia (Lima, 03.05.2018). |
Referencias:
1
El poeta Sixto Sarmiento (Ayacucho, 1964), es Doctor en Educación, Experto en Mantenimiento
Predictivo. Docente en TECSUP, así como profesor en Postgrado de la Universidad
Nacional de Ingeniería. Ha escrito artículos en revistas especializadas y
presentado ponencias en seminarios y congresos nacionales e internacionales.
Tiene publicados los poemarios Cantos del silencio (2016), Lágrimas sin sombras (2016) y Sindulia
(2017).
2 Sindulia, El verso. Editorial Summa 2017, Lima.
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