Rodolfo
Sánchez Garrafa
DOS REINOS se intersectan, mientras los recuerdos se abren camino
Por los vértices pletóricos de cielo:
Un silencio inteligente parece brotar de un colorido pájaro cantor
Que reaparece desde el bosque.
Dos sistemas de vida se reagrupan a partir de sus raíces
Y las plantas y las flores y los insectos.
Un diálogo celeste inunda infinitamente las cabezas
De eternas generaciones de seres vivos.
Dos árboles ancianos reproducen nuevas semillas
Y en sus inflorescencias parece que la muerte se negara a reconocerse
Como una regla de vida.
Comparto el comentario que tuve la satisfacción de hacer la noche de ayer 18.04.18 en el Auditorio del Instituto Raúl Porras Barrenechea:
Ya hemos escuchado la referencia biográfica de Alejandro Herrera.1 Recojo por indispensable el hecho de encontrarnos ante un poeta cuya formación académica abarca la historia, la antropología, la etnohistoria y, en suma, la filosofía.
Hace ya buen tiempo, a principios del 2016, Alejandro Herrera me escribió preguntando por mi parecer respecto a su manuscrito de El Sol y la Serpiente.2 Casi al vuelo, le respondí manifestándole mi alegría al saber que pronto tendríamos este su poemario como libro. En ese momento, lo leí rápidamente, pero estaba consciente que eso no podía sustituir al ejercicio de hojear las páginas de un libro en físico. Lo que le dije entonces es que sus versos exponían un lenguaje muy personal, atributo que en general suele ser deseable y que cuando se logra, revela experiencia, identidad y oficio.
Ya hemos escuchado la referencia biográfica de Alejandro Herrera.1 Recojo por indispensable el hecho de encontrarnos ante un poeta cuya formación académica abarca la historia, la antropología, la etnohistoria y, en suma, la filosofía.
Hace ya buen tiempo, a principios del 2016, Alejandro Herrera me escribió preguntando por mi parecer respecto a su manuscrito de El Sol y la Serpiente.2 Casi al vuelo, le respondí manifestándole mi alegría al saber que pronto tendríamos este su poemario como libro. En ese momento, lo leí rápidamente, pero estaba consciente que eso no podía sustituir al ejercicio de hojear las páginas de un libro en físico. Lo que le dije entonces es que sus versos exponían un lenguaje muy personal, atributo que en general suele ser deseable y que cuando se logra, revela experiencia, identidad y oficio.
En agosto de ese mismo año, tuve acceso a una versión casi final del volumen. Estuve entonces en condiciones de decir que no se trataba de un texto simple y que eso, antes que una limitante, era algo a destacar y celebrar. Para mí El sol y la serpiente, siendo un primer libro de poesía a publicar, era ya una muestra de lo que se podía esperar del talento literario y filosófico que sin duda favorecen a nuestro poeta Alejandro Herrera Villagra.
Hoy, dos años después de aquella revelación poética, ya con el libro en las manos, me veo en la necesidad de hacer un análisis que dé alguna luz sobre cuánta razón pudo o no haberme asistido al momento de expresar mis primeras impresiones. Suelto un par de fragmentos, casi al azar como primer punto de partida:
Por los vértices pletóricos de cielo:
Un silencio inteligente parece brotar de un colorido pájaro cantor
Que reaparece desde el bosque.
Dos sistemas de vida se reagrupan a partir de sus raíces
Y las plantas y las flores y los insectos.
Un diálogo celeste inunda infinitamente las cabezas
De eternas generaciones de seres vivos.
Dos árboles ancianos reproducen nuevas semillas
Y en sus inflorescencias parece que la muerte se negara a reconocerse
Como una regla de vida.
(De Epifanía p. 68)
Abrí el espacio con una gran incisión sobre su piel
De la que brotó abundante sangre. Y bebí el terrible líquido
Para comprender la inmortalidad de los que nunca dejaría de amar.
Podría al fin, reunidos ambos mundos,
Comprender los pretéritos símbolos que se sucedían inexorablemente
En la rota elipse del caos: cósmica serpiente en trance de devorarse,
Explosión disarmónica y animal, sonido total de luces ardiendo.
(De Sangre, pp. 44-5)
Abrí el espacio con una gran incisión sobre su piel
De la que brotó abundante sangre. Y bebí el terrible líquido
Para comprender la inmortalidad de los que nunca dejaría de amar.
Podría al fin, reunidos ambos mundos,
Comprender los pretéritos símbolos que se sucedían inexorablemente
En la rota elipse del caos: cósmica serpiente en trance de devorarse,
Explosión disarmónica y animal, sonido total de luces ardiendo.
(De Sangre, pp. 44-5)
Como puede apreciarse se trata de una poética compleja y ambiciosa, que opera sobre un vasto universo imaginario en cuya biología existen sistemas de vida o mundos que se disgregan y reencuentran en un ciclo inexorable. No es un texto que se preste de una vez a la recitación y a su consumo oral. Tiene que ser estudiado, digerido, es decir procesado con calma, para así permitirnos alcanzar un estado de fruición en el que podamos entrar en correspondencia con el universo construido y ensayar las reconstrucciones que nos motive tal aventura. Pese a mis esfuerzos, no hallo parentesco entre la poesía de Alejandro H. Villagra, que es así como firma su libro, y la de los poetas peruanos contemporáneos; fuera de nuestro medio, hallo sí vertientes de afinidad con la poesía de Rosamel del Valle, Enrique Linh, Juan Carlos Villavicencio, Isidora Vicencio, Pedro Montealegre y un curso que bien podría remontarse a Vicente Huidobro. Sin embargo, es necesario advertir que El Sol y la Serpiente tiene un sello personal y muy característico, con el que Alejandro Herrera Villagra irrumpe en la escena de la poesía peruana.
A mi modo de ver, los 44 textos suman un libro existencialista, filosófico, que combina magistralmente un misticismo contemporáneo con una aguda crítica social. Cuando despierto/ Ahogado con tu carne en mis labios/ Y con tus ojos observándome/ El cristal golpea las puertas del sueño/ Con el primer ritmo de lluvia muerta (p. 19); Te has reencarnado en el claro espíritu de los que superaron/ Los efímeros sufrimientos humanos (p. 48), La ciudad fluvial me promete todas las imágenes/ Que la memoria pudo fundar/ Y me prodiga sereno extravío hacia la disolución del ser (p. 81). Este espíritu se pone de manifiesto drásticamente en las siguientes líneas inquisitivas: ¿QUÉ ES LA PATRIA? ¿La historia de la muerte escrita por los vencedores? ¿Un compendio fatal de causas justas e injustas? ¿Realidad de la dominación de unos pocos sobre la mayoría? ¿Una invención guerrera, sangrienta, enervante? ¿Una ley geopolítica sobre lo cultural? ¿La asimilación pragmática de las costumbres cultas de los pueblos civilizados?... (p. 51). Su filosofía discurre sobre el ser, en mucho cerca al sentido heideggeriano, pasando por el acontecer, el trance espiritual de vivir y de encaminarnos a la muerte.
A mi modo de ver, los 44 textos suman un libro existencialista, filosófico, que combina magistralmente un misticismo contemporáneo con una aguda crítica social. Cuando despierto/ Ahogado con tu carne en mis labios/ Y con tus ojos observándome/ El cristal golpea las puertas del sueño/ Con el primer ritmo de lluvia muerta (p. 19); Te has reencarnado en el claro espíritu de los que superaron/ Los efímeros sufrimientos humanos (p. 48), La ciudad fluvial me promete todas las imágenes/ Que la memoria pudo fundar/ Y me prodiga sereno extravío hacia la disolución del ser (p. 81). Este espíritu se pone de manifiesto drásticamente en las siguientes líneas inquisitivas: ¿QUÉ ES LA PATRIA? ¿La historia de la muerte escrita por los vencedores? ¿Un compendio fatal de causas justas e injustas? ¿Realidad de la dominación de unos pocos sobre la mayoría? ¿Una invención guerrera, sangrienta, enervante? ¿Una ley geopolítica sobre lo cultural? ¿La asimilación pragmática de las costumbres cultas de los pueblos civilizados?... (p. 51). Su filosofía discurre sobre el ser, en mucho cerca al sentido heideggeriano, pasando por el acontecer, el trance espiritual de vivir y de encaminarnos a la muerte.
En lo sustantivo Alejandro nos ofrece una poesía profunda cargada de revelaciones obtenidas y descubrimientos hechos en los oscuros laberintos del alma. Sus registros se ordenan cronológicamente. Su hilo de Ariadna es la memoria, con el cual logra trascender el espacio yermo del tiempo. Errante sin patria/ seguiré mi rumbo (p. 21), Hoy quiero llamarme Rantés/ Deslizarme por puertas abiertas/ Y salir de aquí (p. 23), Y nada me hará olvidar que llegué aquí/ Por impaciencia (p. 24), Embrión, madurez, decrepitud, jamás me detendré (p. 36), Mi cuerpo es una nave antigua cruzando enormes distancias (p. 43). Para este viajero que archiva los densos trastornos ya historiados de antemano, el tiempo hundido, el acontecer, es una eterna imagen congelada. El espíritu poético de la historia, infunde en Alejandro la necesaria inspiración con la que construye una visión del ser situado simultáneamente en el acontecer profundo de Abya Yala, nuestro continente, donde sol y serpiente participan de la percepción cósmica de los pueblos Azteca, Maya e Inka, con toda la profundidad que ellos representan; y, cruzada al mismo tiempo, en una filosófica chakana, con el decurso de una vida en cuyos lejanos recuerdos se desplazan un cisne estremecedor, una mujer y su sagrada luz, la serenidad de un padre, el hermoso y sucio rock and roll, la ciudad fluvial, luego el maldito infierno, el desorden, el caos del ser, los encuentros con la muerte y la crueldad asesina del poder, la rebelión, el destierro, el susurro de la serpiente, el fin de la maldición, la vuelta al mundo, el nuevo anclaje del cuerpo continental, la crítica de la heurística sometida, la domesticación del animal, el arribo al centro del cosmos, en suma la intrahistoria.
En lejanos días el caballo había muerto. Mas el joven al hacerse hombre proclama el valor que renace: “Nosotros, los que cabalgamos en las grupas del negro caballo de la rebelión, siempre estaremos donde las barricadas arden, donde flamean las banderas negras del dolor”. El poeta está de pie, ha reunido los extremos lacustres de la realidad. Asume su tarea. Así se lee en el poema que transcribo:
En lejanos días el caballo había muerto. Mas el joven al hacerse hombre proclama el valor que renace: “Nosotros, los que cabalgamos en las grupas del negro caballo de la rebelión, siempre estaremos donde las barricadas arden, donde flamean las banderas negras del dolor”. El poeta está de pie, ha reunido los extremos lacustres de la realidad. Asume su tarea. Así se lee en el poema que transcribo:
Bestia y Hombre
Domesticar al animal.
Espantar los demonios.
Practicar la angelicalidad.
Transformar el sueño.
Catalizar los estados naturales.
Reavivar la energía.
Establecer lazos de Sol.
Amar la cercanía lunar.
Embrujar la noche.
Cerrar el libro de la obligación.
Insistir en la voluntad libertaria.
Dormir sin soñar.
Desaparecer, sin conciencia.
Alejandro H. Villagra (El Sol y la Serpiente p. 60)
La metafísica de El Sol y la Serpiente, plena de reflexiones y misterio, aligera cualquier eco abstracto con una inteligente aplicación de recursos poéticos (metáforas inusuales, personificación, paralelismo, comparación, etc.): Su sombra montas con devoción, Mi leve sombra encarna pálidos reflejos de la medianoche, Distancias aterradas en el desierto, Otros ojos miran otros mundos. El ritmo de esta poesía en sus largos versos, tiene de clásico y metálico, como la música que mezcla catarsis con vuelo espiritual y fuego ácido de rebeldía, que el poeta disfruta en la vida cotidiana. Con todo ello, Alejandro hace de su libro una expresión de estética luminosa que encandila al primer encuentro y hace que el lector postergue para otro momento la asimilación del denso flujo de pensamientos que en el fondo alberga.
El título mismo participa de un simbolismo primordial que comulga con tradiciones míticas universales. En uno de esos relatos que conozco, un místico inquiere al rey de las serpientes si ha visto algo que sea alabable a lo largo del paso del Sol por los cielos. La serpiente le contestó que ese algo era un brahmán cuya fortaleza entre los seres le abrió las puertas del cielo. El poemario que presentamos esta noche tiene esa fortaleza y me resulta admirable como exploración de los límites últimos del lenguaje. Alejandro, te esperan las puertas del cielo, el mar y la tierra.
1 Sergio
Alejandro Herrera Villagra
(Santiago de Chile 1973). Doctor en Historia con mención en etnohistoria
Andina, Universidad de Chile. Licenciado en Antropología Social, Universidad
Bolivariana. Magister en Historia con mención en Etnohistoria Novohispana,
Universidad de Chile. Licenciado en Educación, Universidad Católica Cardenal
Silva Henríquez. Ejerce
docencia en la Escuela de Antropología de la Universidad Nacional San Antonio
Abad del Cusco. Su libro El Sol y la Serpiente es una antología de cuatro
poemarios inéditos, escritos entre 1990-2016.
Pese
a su juventud, su labor de estudioso es vasta. Ha escrito ensayos y escritos
sobre historia, literatura, política y cultura, focalizando su actual interés
en el conocimiento de la relación entre la cronística histórica, cultura,
tradición y memoria indígena en el Perú colonial de los siglos XVI y XVII.
2
Alejandro H. Villagra: El Sol y la
Serpiente. Atoq Editores. Cusco, 2017.
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