Rodolfo
Sánchez Garrafa
Hace ya casi dos años atrás,
los integrantes del Círculo Andino de Cultura, nos abocamos a la lectura de
poemas legados a la posteridad por Juan Carlos Lázaro. Como personaje y
creador, Lázaro era para nosotros una pluma por demás interesante aunque poco
conocida, envuelta en un velo de cierto misterio provocador. Hoy nos es
familiar y sus escritos han ocupado un lugar visible entre nuestros referentes sobre
el desarrollo de la poesía peruana contemporánea.
De mucho tiempo atrás yo, en
particular, abrigaba el deseo de conocer alguna vez al poeta. No tenía mucha
esperanza de lograrlo, ya que ni siquiera ubicaba una persona que me pudiese
proporcionar alguna referencia personal sobre él. Para mi suerte, mi amiga la
poeta y arquitecta Patricia del Valle hizo algunos comentarios reveladores en
el curso del Seminario que desarrollábamos en el Círculo Andino de Cultura,
hecho que me sirvió de estímulo para renovar el propósito que tenía en
hibernación. Hasta que un día de julio o agosto del año que cursa encontré
circunstancialmente a Juan Carlos en el FB. Pese a la timidez que suelo
presentar en estos casos, me animé a escribirle y solicitarse una entrevista. Felizmente
no tuve que esperar mucho, el poeta tuvo la deferencia de aceptar. Tuvimos una
tarde de charla y café, y, así, empezó a crecer la semilla de admiración que había
guardado por mucho tiempo.
Esbozo de retrato poético
Anotaré algunos elementos
que nutren la imagen que tengo de Juan Carlos Lázaro. Empiezo recogiendo algunos
de sus datos biográficos. Es un hecho que nuestro poeta, además de sus
realizaciones literarias, tiene una larga trayectoria como editor y periodista.
Juan Carlos Lázaro nació en Lima (Perú) en 1952 y reside actualmente en
Miraflores, uno de sus más importantes distritos. Cronológicamente pertenece a
la Generación del 70, junto a otros poetas como Enrique Verástegui, Mario
Montalbetti, Juan Ramírez Ruiz, José Watanabe, Abelardo Sánchez León, María
Emilia Cornejo, por solo citar algunos. A los veinte años poseía ya una
competencia poética notable, como puede apreciarse en la muestra aparecida en
el primer número de la hoy famosa edición popular La Tortuga Ecuestre, aparecida en 1972 y que sigue siendo dirigida
por su fundador el poeta Gustavo Armijos.
Se trata de un autodidacta
por excelencia, cuya faceta de periodista y editor ha sido durante mucho tiempo
más visible que su quehacer poético. En el curso de sus más de treinta años de
periodista, trabajó como reportero, redactor y editor de política, economía y
cultura en importantes medios de información y opinión (La República, Caretas,
Síntesis, El Sol, Expreso, entre otros) y en las agencias de noticias Xinhua y Andina.
En este campo ostenta, entre otras distinciones, la Pluma de Oro 1996 que le fuera
conferida por el Colegio de Periodistas de Lima en el género revistas. Su labor
editorial ha sido, asimismo, destacada; el 2002 creó el sello editorial Sol
& Niebla, habiendo publicado una revista literaria con esta misma
denominación. Se le debe también la aparición de las revistas Letra Impresa
(dedicada a la prensa escrita) y Hechos & argumentos (de corte informativo y
de análisis político-cultural).
Ha
publicado seis colecciones de poesía: Las
palabras (Editorial Lumen, Lima 1977), Gris
amanece la urbe del hambre (Lluvia editores, Lima 1987), La casa y la hojarasca (Taller editorial
Eco, Lima 2001), Entre la sombra y el
fuego (Ediciones Copé, Lima 2008), Catorce
poemas recontados y una elegía a JRR (2009) y junto a Héctor Rosas Padilla
publicó el poemario a dos voces Andanzas,
travesías y naufragios (Sol y niebla, Lima 2009). Poemas suyos han sido
publicados en las revistas El caimán barbudo (La Habana), Zen (San Francisco) y
Repertorio Latinoamericano (Buenos Aires). En el 2004 le fue adjudicado el
accésit del Premio Internacional de Poesía Julio Tovar (Tenerife, España) y el 2007
obtuvo el premio Copé de Plata en la XIII Bienal de Poesía "Premio Copé
Internacional 2007" (Lima, Perú).
Quienes
han leído a Lázaro saben del extremo cuidado con que trabaja sus poemas,
dándoles como el escultor una forma perfecta, redonda -como diríamos de manera
coloquial-, de
manera que la exquisitez en el enunciado de las ideas viene a ser una carta de
presentación soberbia, que invita a recorrer en su compañía los más insólitos
escenarios y experimentar situaciones en las que la condición humana nos pone
de cara a las paradojas, las interrogantes, los desencuentros y los vacíos de
la vida. Le doy la razón a quienes han destacado su filosa indagación sobre el
sentido de la existencia y de los actos humanos. No estoy seguro, eso sí, que
él haga una poesía de incertidumbres, por el contrario, hallo en su poética certezas
respecto al rostro cruel y trágico de toda travesía por la existencia.
Versos
dramáticos nos envuelven en los poemarios de Juan Carlos Lázaro y es que, para
mi gusto también, la vida es dramática. La comedia humana misma es dramática, el
escenario si se observa desapasionadamente es el polvo, la nada y nuestras
almas son fantasmas. Libre de toda carga barroca, la poesía de Juan Carlos
Lázaro viste las mejores galas de un sobrio lirismo, como cuando su personaje
es capaz de reconocer las estrellas, las ciudades extranjeras y las islas de
ultramar, pero no de reconocerse a sí mismo. Un toque romántico asoma en sus
versos, así se disculpará por la tristeza y su falta de palabras, lo que es una
figura para distanciarse de cualquier manía clasificatoria y acumulativa que
pudiera imponerle parámetros de vida.
Quizá
si una característica que ha distanciado desde siempre la poética de Juan
Carlos, de la practicada por otras figuras de su generación, es su poca o ninguna
propensión al coloquialismo. Sus versos no persiguen el ritmo de una conversación,
tampoco se pliegan a un lenguaje automatizado y rutinario; por el contrario, Juan
Carlos se esmera en la palabra escrita, hace de los términos exactos de
reflexión una búsqueda depurada de inferencias metafóricas que escala alturas
filosóficas: “la noche no cesa entre los astros secretos de mi corazón” “Esta
oscuridad debe ser la última sombra” “¿Qué arañas de picadura mortal son estos
signos?” “Los signos ilícitos de la noche brillan como lunas llenas en sus ojos”.
En
Juan Carlos es de admirar la poesía segura, firme en su limpio derrotero, sin
excesos de elocuencia, antes bien plantada en la simetría y la correspondencia
estética. El poeta es él mismo y no otro en su poesía, todos sus versos llevan
una firma inconfundible.
En
sus propias palabras, la poesía es quizás la mejor expresión de un lenguaje, construído
con sueños y obsesiones. En este caso de un lenguaje preciso, que nos hace
partícipes de un encantamiento del mundo y unos toques de discreto hermetismo.
Descorriendo
las persianas
Si
mal no recuerdo, en setiembre del 2016, el Círculo Andino de Cultura Andina, ya
llevaba buen tiempo reuniéndose en el Café de la librería del Fondo de Cultura
Económica ubicado en Calle Esperanza-Miraflores. Como parte del programa de análisis
del proceso de la poesía peruana de los años 70 a esta parte, nos habíamos
propuesto examinar la producción de Juan Carlos Lázaro. Nuestra metodología,
para ganar experiencia en un grupo que se afianzaba y crecía poco a poco,
consistía en la lectura y discusión de un poema considerado ejemplar y, en lo
posible, no muy extenso, de manera que esto favoreciera su tratamiento. Es así
cómo abordamos el análisis del poema «Las persianas» incluido por Juan Carlos
en su libro La casa y la hojarasca
(Taller editorial Eco, Lima 2001). Nuestro trabajo fue extremadamente
gratificante y, en lo que sigue, recogeré las notas que preparé para intervenir
en aquella oportunidad.
Empiezo
trascribiendo el poema que ya me resulta memorable:
Las persianas
Encontrar la imagen de mi corazón
En las sombras o aquí
Hölderlin
La
luz que traspasa
las
persianas
me
anuncia
que
aún estoy vivo
que
aún respiro
que
aún sueño
que
aún puedo
amar
a una mujer
y
viajar a Pekín
y
vivir en Lisboa
y en
Jauja aguardar
la
primavera
o el
otoño
y
ser como soy
pero
acaso
un
poco más alegre
como
un sombrero rojo
como
un pañuelo verde
un
poco más alegre
hasta
que alguien
baje
las persianas
y
esta habitación
y
estos objetos
y
este ser que soy
volvamos
a ser
una
extensa sombra
la
misma oscuridad.
Juan
Carlos Lázaro (La casa y la hojarasca, 2001)
Pues
bien, a mi modo de ver, en este poema encontramos un ambiente cerrado como metáfora
ideal del aislamiento, la incomunicación y la soledad. Este cuadro configura,
en cierto modo, un abismo psicológico, dicho esto porque bajo condiciones de obscuridad,
las funciones del cuerpo y las de la mente se alteran, lo que puede en un
extremo conducir a la muerte o a un estado que se asemeje a ella.
En
contraste con la oscuridad, la luz es tomada por el poeta como símil de vida
que hace posible respirar, soñar, recorrer el mundo y amar. Para el hombre
aislado la alegría de vivir es quizá uno de los mayores dones a que se pueda
aspirar. De ello desprendemos que, si se consigue algo de alegría, se puede
experimentar mejor el mundo y entender la naturaleza cambiante de las cosas.
Pero
he aquí la paradoja: La libertad, el goce de la luz, es frágil, puede esfumarse
con la misma velocidad con que la conseguimos y no está en manos del individuo
acostumbrado a la soledad el mantenerla. El mundo social, el entorno humano
conspira contra la felicidad, la fatalidad se extiende como una sombra, hasta
convertirnos ya no en víctimas del enclaustramiento sino en la propia
oscuridad. Es el ser que se extingue cuando es privado de la fuente de vida.
Se
trata, entonces, de una reflexión poética, enunciada como idea plena, donde
nada queda en el aire. Interiorizada la idea o, al menos, sentido el peso de la
circunstancia, ya no es posible escapar a la amenaza de una depresión que hemos
de sobrellevar y/o racionalizar, y que ha de permanecer. El poeta se siente
atrapado, y nos ha puesto en su piel. Detrás de las persianas es el corazón, el
núcleo de la afectividad, el que sufre y el que se reconoce como doliente.
En
este poema, en particular, J.C. Lázaro no apela a la grandilocuencia. Si bien
emplea un lenguaje simbólico, lo hace cuidando ser lo más directo posible; es
por eso que su reflexión, siendo profunda, se hace asequible en un nivel de inmediata
aprehensión o captura.
Versos
cortos le dan al poema un ritmo del cual se hace difícil huir, como sucede
cuando se repara en el tic tac del reloj o en los latidos del corazón. Este
universo es un sistema circulatorio, el encierro es un flujo venoso carente de
oxígeno. La luz permite contrastar una negrura y unos toques de color. La línea
liminal son las persianas que controlan el trasvase sanguíneo, la posibilidad
de contar con los hematíes del amor.
Estamos
ante un poema de muchas formas revelador de un mundo interior, sin ser
necesariamente intimista. Si hay alguna certidumbre, es la certeza de la
fatalidad pendiente como un hacha sobre el cuello. Detrás de una escena
circunstancial hallamos una seria reflexión sobre el sentido de la existencia
humana, aunque de momento no se nos permita avizorar una salida optimista.
Pero, qué duda cabe, es un reto hacer una lectura plena de la tremenda poética
construida por Juan Carlos Lázaro.
Concluyo
con lo que considero una lección de vida. Hay en la contemporaneidad nacional un
trayecto de enorme riqueza poética que no puede ni debe ser ignorado por
quienes gustamos de la poesía y la practicamos en diversa medida. Es posible entablar
diálogo con aquellos a quienes nos vincula un lazo generacional y examinar mejor
nuestros propios intereses y formas expresivas.
Chorrillos, octubre de 2017.
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