Rodolfo Sánchez Garrafa
En lenguaje corriente, se entiende por locura a una privación del uso de la razón o del buen juicio. De manera algo más precisa, la noción de locura está vinculada a un desequilibrio mental que se manifiesta en una percepción distorsionada de la realidad, la pérdida de autocontrol, las alucinaciones y los comportamientos absurdos o carentes de motivo.
La locura se relaciona con la demencia, un término de origen latino que significa “alejado de la mente”; enfermedad que consiste en la ausencia o pérdida de las funciones cognitivas, y que generalmente impide la concreción de las actividades cotidianas.
Nos preguntamos: ¿Será esta la locura de que habla nuestro poeta Harold Alva? Leámoslo:
LOCURA
Yo pensé que la locura
Era el ánima de alguien
Que ingresaba a los ojos
Para difuminar la paz,
El gesto de una mariposa
Que se quiebra las alas
Para entregarle a mis palabras
Sus colores,
El delicado fervor
Con el que se apuñalan los extraños,
Las sombras de calaveras
Que se forman sobre mis poemas
Como una caravana de asombro
A la que nadie sigue,
A la que nadie intercepta
A pesar que enciende
Con desesperación las velas,
Los huesos de pumas,
De murciélagos
De gatos.
Harold Alva (La épica del desastre, 2016).
Para encontrar un sentido apropiado a esta locura que entra por los ojos para difuminar la paz, nos será útil reparar en la obra de Machado, para quien la «locura» simboliza una resistencia y confrontación a los límites de la razón, privilegiando los dictados de una conciencia no-racional: la intuición, el idealismo, el pensar poético, etc. En Machado, el sujeto poético experimenta la locura divina, energía sustancial del universo, en los momentos en que prevalece la conciencia intuitiva. Como sabemos, Bergson consideraba a la intuición como un método filosófico, opuesto a la labor del intelecto, con el que se podía romper los témpanos artificiales de hielo mecánico originados por la conciencia racional, para así llegar al flujo de la vida misma, discurriendo por debajo de la realidad mecánica.
Según la metafísica de Machado, Dios es el ser absoluto y el mundo es un aspecto de su poder y conciencia divina, por lo que la «locura», viene a ser la esencia, o el fundamento, de todas las cosas. En Machado, el loco no es una víctima de la ciudad moderna, su locura es un acto voluntario, una penitencia que se acepta para conjurar el exceso de cordura, pues el pensamiento racional excluyente acaba por negar el fuego divino.
Hay cierta afinidad entre el pensamiento de Machado y la locura pensada por el poeta en el poema de Harold Alva. Como sea, la locura del poeta, en Harold Alva, es un padecimiento, una constante lucha con demonios internos, demonios que pugnan por abatir el aislamiento y la soledad, sobre cuya acción pende siempre la indiferencia y la incomprensión. A mi entender, él enuncia una idea Erasmiana de la locura. Piensa la locura no como aquella fomentada por la furia que se engendra en el infierno, sino por otra muy distinta que es pura, inocente y, de cierto modo, ingenua. Se trata de la locura como elemento esencial para vivir la vida. Esta locura estaría expresando los impulsos interiores del alma, antes que un género de vida cualquiera, de ahí que pueda ser identificada con la sabiduría. Esa es la locura pensada por el poeta del poema: una sabia locura o una locura sabia.
El loco que se identifica a sí mismo como loco, no está loco. Es lo que ocurre con el poeta del poema de Harold. Un ser cuya existencia presenta rasgos que, desde afuera, pueden ser identificados con la locura, porque los hombres “sanos” son incapaces de pensar de tal manera. Bien se ha dicho que entre la genialidad y la locura hay un solo paso. Este loco genial es un espíritu de paz (ingresa por los ojos mediante la escritura), un ser libre, que en ejercicio de esa libertad puede darse a y por los demás (La mariposa que entrega sus alas a la palabra), que sufre la violencia sofisticada de la vida de hoy (los puñales con que se agreden los hombres de hoy cual si fueran extraños unos de otros), que dolorosamente evoca el pasado (las sombras de calaveras), que vive en no siempre deseada soledad (la caravana de poemas que nadie intercepta).
De hecho, el aislamiento y la soledad emocional de ciertos espíritus sensibles constituyen un sufrimiento que la creación poética, en tanto acción consciente, se esfuerza en combatir con resultados disímiles. Pero aquí en este poema, el poeta, con su manera propia de pensar la locura, no nos dice lo que ha descubierto que es, fuera de él, la locura. La respuesta aparece, en cierta forma, en el poema Exposición de Motivos. Escribe Harold, casi al final de su libro, que el hombre de hoy está solo; los nervios le han construido un puente que lo conecta a su locura, de ese modo va a dar a un laberinto donde pierde la cabeza, los escrúpulos. Quiere detenerse y no puede. Esa es la locura, la otra locura, la locura indeseable.
De hecho, el aislamiento y la soledad emocional de ciertos espíritus sensibles constituyen un sufrimiento que la creación poética, en tanto acción consciente, se esfuerza en combatir con resultados disímiles. Pero aquí en este poema, el poeta, con su manera propia de pensar la locura, no nos dice lo que ha descubierto que es, fuera de él, la locura. La respuesta aparece, en cierta forma, en el poema Exposición de Motivos. Escribe Harold, casi al final de su libro, que el hombre de hoy está solo; los nervios le han construido un puente que lo conecta a su locura, de ese modo va a dar a un laberinto donde pierde la cabeza, los escrúpulos. Quiere detenerse y no puede. Esa es la locura, la otra locura, la locura indeseable.
* Harold Alva: La locura. En La épica del desastre. Edit. Summa, Lima 2016.
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